A más de dos meses de su estreno, la serie biográfica “Sin Querer Queriendo” ha concluido su viaje por la plataforma Max, pero su estela está lejos de disiparse. Concebida como un homenaje a la vida de Roberto Gómez Bolaños, la producción no solo desempolvó la nostalgia de millones, sino que también reabrió viejas heridas y expuso las fracturas irreconciliables que marcaron el final de la vecindad más famosa de la televisión. Lejos de ofrecer una versión definitiva, la serie se ha convertido en la pieza central de una batalla por la memoria, donde la pregunta no es qué pasó, sino quién tiene derecho a contarlo.
Producida y escrita por Roberto y Paulina Gómez Fernández, hijos del comediante, la serie se basa en la autobiografía homónima de Chespirito. El resultado es una narrativa que, si bien no presenta a un santo, sí construye a un héroe creativo: un genio agobiado por la fama, un hombre de familia atrapado en una encrucijada amorosa y un artista incorruptible. La producción otorga un rol central y dignificado a Graciela Fernández, la primera esposa de Gómez Bolaños y madre de sus seis hijos, retratándola como el pilar fundamental en sus años formativos, una figura cuya discreción histórica contrasta con la omnipresencia mediática de Florinda Meza.
La serie aborda los conflictos, pero desde una óptica controlada. Las disputas con Carlos Villagrán (“Quico”) y la creciente influencia de Meza en el elenco son presentadas como consecuencias casi inevitables del genio y del corazón de Chespirito. Por temas de derechos, ambos personajes aparecen con nombres ficticios (“Marcos Barragán” y “Margarita Ruíz”), una distancia legal que también funciona como metáfora de la distancia narrativa que la serie impone sobre sus versiones de la historia.
La respuesta de los aludidos no se hizo esperar. Carlos Villagrán, desde antes del estreno, sentenció: “Yo sé que se van a decir muchas mentiras”. Para él, su salida no fue un simple roce, sino el resultado de los celos profesionales de Gómez Bolaños ante la creciente popularidad de Quico y el complejo triángulo amoroso con Florinda Meza. Villagrán ha sostenido por años que fue Meza quien lo buscó a él primero, y que acudió al propio Chespirito para pedirle consejo sobre cómo terminar esa relación, una versión que choca frontalmente con el romance idealizado que la serie insinúa.
Por su parte, María Antonieta de las Nieves (“La Chilindrina”), quien libró su propia batalla legal por los derechos de su personaje, ha sido históricamente una voz crítica. En declaraciones pasadas, confirmó que Meza “se metió” en el matrimonio de Chespirito, lamentando el dolor causado a Graciela Fernández, a quien describió como “una mujer maravillosa”.
La crítica especializada ha calificado la serie como una “carta de amor” y un ejercicio de “nostalgia y poco más”. Se le reconoce la calidad de producción y la notable interpretación de Pablo Cruz como Chespirito, pero se le critica su falta de profundidad analítica y su tendencia a la hagiografía. La narrativa, al estar en manos de la familia, opta por la reivindicación antes que por la exploración crítica, dejando al espectador con una versión emotiva pero parcial.
El fenómeno de la serie también ha puesto de relieve la ambivalente relación de México con uno de sus mayores íconos culturales. Periodistas mexicanos explican que en su país existe una relación de “amor-odio” con Chespirito. Para una parte de la intelectualidad y generaciones más jóvenes, su humor es visto como un reflejo de estereotipos sobre la pobreza, el machismo y la violencia normalizada, además de ser un producto emblemático de Televisa, el gigante mediático a menudo percibido como un instrumento del poder.
Esta visión contrasta radicalmente con la devoción que su figura genera en el resto de América Latina, especialmente en países como Chile, Brasil y Argentina, donde sus programas se convirtieron en un pilar de la memoria afectiva de generaciones enteras, sin el peso de las connotaciones políticas locales. Allí, Chespirito no es un personaje a analizar, sino un familiar más.
“Sin Querer Queriendo” no tendrá segunda temporada. El capítulo biográfico en la pantalla se cierra, pero la maquinaria del legado sigue en marcha con el anuncio de una nueva serie animada de “El Chapulín Colorado”. El imperio comercial de Chespirito está a salvo.
Sin embargo, la disputa por su alma sigue abierta. La serie no logró unificar el relato; por el contrario, lo fragmentó aún más al oficializar una de sus versiones. Ha dejado al público reflexivo con la tarea de sopesar las evidencias, escuchar a los testigos ausentes y, finalmente, decidir qué piezas del rompecabezas encajan en su propia imagen del hombre que hizo reír a un continente. Quizás, el verdadero legado de Roberto Gómez Bolaños no reside en una biografía pulcra, sino en este mosaico complejo, contradictorio y profundamente humano que, sin querer queriendo, sigue generando debate.