
En julio de 2025, durante la Cumbre de Líderes de los Brics en Brasil, el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lanzó una amenaza directa a los países aliados que adoptaran políticas cercanas a las de este bloque emergente: un arancel adicional del 10% a sus exportaciones hacia EE.UU. Este anuncio, difundido a través de sus redes sociales, encendió las alarmas en diversas capitales, incluida Santiago.
El canciller chileno, Alberto van Klaveren, desde Río de Janeiro, respondió restando peso a la advertencia. “No nos sentimos aludidos por esa referencia”, afirmó, enfatizando que Chile participaba solo como invitado en la cumbre y que su política exterior se define de manera soberana, sin alineamientos automáticos con ningún bloque.
Este episodio exhibe la tensión inherente a la posición geopolítica de Chile, un país que históricamente ha buscado equilibrar su inserción internacional entre potencias y bloques económicos. Por un lado, la invitación a la cumbre de los Brics —formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— representa una oportunidad para diversificar sus relaciones comerciales y políticas. Por otro, la amenaza estadounidense recuerda la persistente influencia de Washington en la región y la dependencia que Chile mantiene en ciertos sectores económicos.
Desde el espectro político nacional, las reacciones fueron disímiles. Los sectores conservadores y proestadounidenses vieron en la postura del canciller una postura prudente y necesaria para no poner en riesgo la alianza estratégica con EE.UU. “Chile debe cuidar sus vínculos con su principal socio comercial y político”, sostuvo un parlamentario oficialista.
En contraste, voces progresistas y de izquierda criticaron la excesiva cautela, señalando que “la política exterior chilena debe ser más autónoma y aprovechar la oportunidad que representa el acercamiento a nuevos bloques como los Brics para diversificar mercados y alianzas”. Desde regiones exportadoras, especialmente en el sur del país, la incertidumbre sobre las consecuencias prácticas de esta tensión fue palpable, pues sectores productivos temen impactos en sus exportaciones.
A casi cinco meses del anuncio y la respuesta oficial, la relación bilateral entre Chile y Estados Unidos mantiene un curso estable, con conversaciones económicas y diplomáticas en marcha. Sin embargo, la sombra de las amenazas arancelarias no ha desaparecido del todo, alimentando un debate sobre la verdadera capacidad de autonomía en la política exterior chilena.
En definitiva, este episodio revela una realidad compleja: Chile navega entre la necesidad de mantener sus tradicionales alianzas y la urgencia de explorar nuevas oportunidades en un mundo multipolar. La amenaza de Trump no fue un golpe directo, pero sí un recordatorio de que los equilibrios geopolíticos son frágiles y que la soberanía declarada debe enfrentarse a limitaciones prácticas.
La historia aún no concluye, pero queda claro que la política exterior chilena está en un escenario de tensión donde cada movimiento es observado con lupa, y donde la verdadera autonomía se mide en la capacidad de resistir presiones sin sacrificar intereses vitales.