
En julio de 2025, Chile se encontró en el centro de una controversia que ha puesto a prueba los límites entre la seguridad pública y los derechos fundamentales. La propuesta del gobierno para permitir el alzamiento del secreto bancario sin orden judicial —con el fin de fortalecer la persecución del crimen organizado— ha generado un choque frontal entre distintas fuerzas políticas, sectores sociales y expertos legales.
Desde el inicio, el presidente Gabriel Boric planteó con énfasis la urgencia de “perseguir la ruta del dinero del crimen organizado y permitir que se levante el secreto bancario”, apuntando a la necesidad de dotar a la Unidad de Análisis Financiero (UAF) con herramientas más ágiles para detectar y desarticular redes ilícitas. Sin embargo, la propuesta encontró resistencia en el Senado, donde en marzo fue rechazada la facultad de requerir directamente información bancaria sin autorización judicial.
Este rechazo no detuvo al Ejecutivo, que reintrodujo la iniciativa mediante indicaciones y la llevó a la Comisión de Seguridad de la Cámara de Diputadas y Diputados, desatando un intenso debate que ha trascendido lo político para adentrarse en el terreno constitucional y social.
Por un lado, el oficialismo sostiene que la lucha contra el crimen organizado requiere innovación y rapidez. Según expertos en seguridad consultados, las redes criminales han sofisticado sus mecanismos para ocultar sus movimientos financieros, y la intervención judicial podría dilatar procesos clave. Desde esta óptica, flexibilizar el secreto bancario es una herramienta indispensable para anticiparse y desmantelar estas estructuras.
En contraste, la oposición y grupos de derechos humanos advierten sobre los riesgos de socavar garantías constitucionales como la privacidad y el debido proceso. “La vida privada de las personas no puede ser sacrificada en nombre de una seguridad que no está garantizada”, señala una abogada especializada en derechos digitales. Además, alertan sobre posibles abusos y la falta de controles efectivos para evitar la discrecionalidad en el acceso a información financiera.
La controversia no es solo política. En regiones afectadas por la violencia del narcotráfico y el crimen organizado, como el Biobío y La Araucanía, hay voces divididas. Algunos actores locales reclaman mayor eficacia en la persecución del delito, mientras que comunidades mapuche y organizaciones sociales denuncian que medidas sin salvaguardas podrían profundizar la estigmatización y vulnerar derechos colectivos.
El secreto bancario en Chile se sustenta en la Ley General de Bancos y la Constitución, que protegen la privacidad financiera como pilar de la confianza en el sistema económico. La norma actual exige autorización judicial para levantar este secreto, garantizando un control externo que limita posibles arbitrariedades.
La propuesta de flexibilización, en cambio, plantea un cambio profundo en este equilibrio, trasladando facultades a organismos administrativos sin intervención judicial previa. Esto ha generado un llamado unánime a realizar un análisis riguroso y técnico antes de avanzar.
En este enfrentamiento, el país observa una tensión clásica entre la urgencia de combatir un mal que afecta la seguridad y la necesidad de preservar los derechos fundamentales que sostienen el Estado de derecho. La discusión ha puesto en evidencia que no existe una solución simple ni un consenso claro.
Lo que queda claro es que cualquier avance en esta materia debe ser acompañado de mecanismos de control transparentes, garantías jurídicas sólidas y un debate profundo que incluya a todos los actores relevantes. Solo así se podrá evitar que la tragedia de la inseguridad se convierta en un desastre para las libertades ciudadanas.
En definitiva, el alzamiento del secreto bancario sin orden judicial en Chile es un espejo donde se reflejan las tensiones de una democracia que busca protegerse sin perder su esencia.
2025-11-13