
En julio de 2025, Chile marcó un hito en su política exterior al incorporarse como socio del grupo BRICS, un bloque económico y político que agrupa a potencias emergentes como Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, además de otros países con creciente influencia global. El Presidente Gabriel Boric asistió a la XVII Cumbre de BRICS en Río de Janeiro, donde destacó que esta participación permitirá a Chile "estar presentes en los grandes debates del futuro", abordando temas como la emergencia climática, la transición energética, la inteligencia artificial y la cooperación Sur-Sur.
Este movimiento, sin embargo, no estuvo exento de controversia. Desde la oposición, sectores conservadores y parte del oficialismo manifestaron preocupación por la señal política que implica acercarse a un grupo donde participan países con conflictos bélicos activos, como Rusia e Irán. "La participación en BRICS podría interpretarse como un aval implícito a regímenes cuestionados por su historial en derechos humanos y conflictos armados", advirtió un parlamentario de derecha.
Por su parte, el oficialismo defendió la estrategia como un avance necesario para diversificar las alianzas internacionales y fortalecer la voz de Chile en temas globales cruciales. "El multilateralismo no puede estar condicionado por exclusiones ideológicas; Chile debe abrirse a todos los espacios que potencien su desarrollo y soberanía", señaló una ministra del gabinete.
En el plano regional, la incorporación de Chile a BRICS ha generado expectativas y dudas. Algunos países vecinos lo ven como un paso hacia una mayor integración económica y política con mercados emergentes que desafían la hegemonía tradicional de Estados Unidos y Europa. Otros, sin embargo, temen que esta alianza pueda tensionar las relaciones bilaterales con socios tradicionales y afectar la estabilidad política interna, dada la polarización que genera el tema.
Desde la sociedad civil, las voces también son diversas. Movimientos ambientalistas valoran la atención que BRICS pone en la transición energética y la emergencia climática, mientras que organizaciones de derechos humanos llaman a la cautela y a exigir a Chile un rol activo en la defensa de principios universales dentro del grupo.
Tras meses de análisis, se constata que la participación de Chile en BRICS no es un mero acto protocolar, sino un desafío que pone en el centro el debate sobre la identidad internacional del país, sus valores y prioridades. La decisión abre espacios para la cooperación en innovación y desarrollo, pero también obliga a navegar tensiones geopolíticas complejas.
En definitiva, Chile se encuentra en una encrucijada donde la diplomacia se transforma en un campo de batalla ideológico y estratégico. La historia dirá si esta jugada fortalece su posición global o si, por el contrario, profundiza las divisiones internas y externas. Por ahora, la realidad muestra un país que apuesta por ampliar su horizonte, consciente de que cada paso en la arena internacional tiene consecuencias palpables en su tejido político y social.
2025-11-05
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