
El viaje de Gabriel Boric a la cumbre de los BRICS en Río de Janeiro el pasado 6 de julio de 2025 marcó un punto de inflexión en la política exterior chilena. Chile participó como invitado, por segunda vez en su historia, en este foro que agrupa a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. La decisión no estuvo exenta de controversias y desencadenó un debate que persiste a meses del evento, reflejando profundas tensiones sobre el rumbo internacional del país.
Desde la presidencia, se defendió la participación como un acto de pragmatismo y apertura: 'Chile, como país pequeño pero abierto al mundo, debe mantener buenas relaciones con todas las potencias', afirmó Boric en varias ocasiones. El gobierno enfatizó que la intención no era integrarse formalmente al bloque, sino contribuir al diálogo multilateral y promover un orden internacional más justo y sostenible.
Sin embargo, la oposición política reaccionó con dureza. Argumentaron que la presencia en la cumbre podría irritar a Estados Unidos, segundo socio comercial de Chile, y que el país debería adoptar una postura más neutral y cautelosa. 'Este viaje pone en riesgo nuestras alianzas estratégicas y puede complicar nuestra inserción en mercados clave', señaló un líder opositor.
El episodio puso en escena una disputa más profunda sobre la identidad internacional chilena. Por un lado, sectores progresistas y algunos analistas internacionales ven la participación como una apertura necesaria frente a un mundo multipolar, donde Chile debe diversificar sus relaciones y no depender exclusivamente de potencias tradicionales.
Por otro lado, voces conservadoras y del empresariado alertan sobre riesgos geopolíticos y comerciales, temiendo que esta movida pueda ser interpretada como un giro hacia bloques que desafían el orden global liderado por Occidente.
En el ámbito regional, la participación chilena fue observada con atención por países vecinos. Algunos gobiernos latinoamericanos interpretaron la presencia de Chile como un gesto de autonomía y liderazgo, mientras que otros se mostraron cautelosos, temiendo represalias comerciales o políticas.
En la sociedad civil, la reacción fue mixta. Organizaciones sociales valoraron el énfasis en la construcción de consensos globales y la búsqueda de soluciones colectivas, pero también expresaron preocupación por la falta de claridad sobre los beneficios concretos para Chile y los posibles costos diplomáticos.
A casi cinco meses del evento, queda claro que la participación en el foro BRICS no fue un simple acto protocolar, sino un movimiento calculado que expone las tensiones entre pragmatismo y principios en la política exterior chilena. La crisis diplomática que se temía no se materializó en forma severa, pero sí dejó un ambiente de incertidumbre respecto a la orientación futura del país.
Chile enfrenta ahora el desafío de equilibrar sus vínculos tradicionales con Estados Unidos y Europa, con la necesidad de adaptarse a un escenario global en transformación. La decisión de Boric abrió un debate necesario sobre la autonomía estratégica de Chile, pero también reveló la fragilidad de su posición como país pequeño en un tablero geopolítico complejo.
El episodio invita a reflexionar sobre cómo Chile puede navegar entre grandes potencias sin perder su voz ni comprometer sus intereses, en un mundo donde la multipolaridad es la nueva norma y donde la política exterior se juega en múltiples frentes simultáneamente.
Fuentes consultadas para este análisis incluyen reportes de Diario Financiero, declaraciones oficiales del gobierno chileno, entrevistas a expertos en relaciones internacionales y voces de la oposición política, lo que permite ofrecer una visión plural y profunda de este acontecimiento.
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