Dos meses después de que las últimas ofertas del "remate final" se acallaran y las puertas de sus 51 locales se cerraran para siempre, el nombre Corona ya no resuena en los pasillos de los malls chilenos. Lo que queda es el eco de una historia de 70 años y una pregunta que trasciende a la propia empresa: ¿fue su caída un evento aislado o el síntoma de una fractura más profunda en el modelo de consumo y negocio que definió a una era en Chile?
El fin de Corona, oficializado con su solicitud de liquidación voluntaria en julio de 2025, no fue sorpresivo. Fue la crónica de una muerte anunciada, marcada por un segundo proceso de reorganización judicial en menos de cinco años y deudas que superaban los $69 mil millones de pesos. Sin embargo, mirar el evento con la distancia del tiempo permite desentrañar una trama compleja, donde se cruzan disputas familiares, un sistema financiero reacio al riesgo y una transformación estructural del mercado chileno.
La agonía de Corona se aceleró cuando los bancos acreedores, entre ellos Banco Internacional y Bci, negaron el financiamiento crucial que sustentaba el último plan de reorganización. Esta decisión fue el golpe de gracia, pero los problemas eran preexistentes y profundos.
En el centro de la crisis se encontraba la propia familia controladora. Los hermanos Herman, Malú y Paulina Schupper, herederos del fundador Leonardo Schupper, no lograron un consenso sobre el futuro. Mientras Herman impulsaba la venta al grupo chino Spring Forest —dueño de Family Shop— como una salida pragmática, sus hermanas se resistían a ceder el control del legado familiar. Este cisma interno paralizó la toma de decisiones estratégicas en un momento en que la agilidad era vital para sobrevivir.
Las consecuencias visibles son contundentes: el fin de una marca valorizada en más de $12 mil millones de pesos antes del colapso y la pérdida de miles de empleos. Sin embargo, la narrativa se torna compleja al descubrir que la familia Schupper, a través de sociedades inmobiliarias como Alef y Don Leonardo, mantiene un patrimonio inmobiliario estimado en 80 millones de dólares, incluyendo 15 de los locales que arrendaban a la propia Corona. Esta dualidad entre el fracaso del negocio operativo y la preservación del patrimonio familiar invita a una reflexión crítica sobre la estructura de los grandes conglomerados familiares en Chile.
Es tentador ver la caída de Corona como la lápida del retail tradicional. Casos como el de la icónica mueblería Fernando Mayer, que también solicitó su liquidación en 2025 tras 85 años, refuerzan esta idea. En su solicitud, Mayer apuntaba a factores similares: la imposibilidad de competir con la manufactura asiática y la tardía reconversión de su modelo de negocio. Ambas historias dibujan un panorama donde las empresas que no se adaptaron a la globalización y al cambio digital quedaron obsoletas.
Sin embargo, esta narrativa de declive total se ve desafiada por una realidad paralela y contraintuitiva. Mientras Corona liquidaba sus activos, otros actores del sector anunciaban inversiones por más de 600 millones de dólares en la construcción de ocho nuevos malls y outlets en el país. Proyectos de operadores como Parque Arauco, Cenco Malls y Vivo no solo demuestran que el ladrillo y el cemento no están muertos, sino que el modelo está mutando. Los nuevos desarrollos apuestan por formatos mixtos, con integración de viviendas, servicios, entretenimiento y una fuerte conexión con el transporte público, adaptándose a un consumidor que ya no busca solo comprar, sino vivir una experiencia integrada.
Esta disonancia es clave: no estamos ante el fin del retail, sino ante una selección natural acelerada. Corona representaba un modelo enfocado en el crédito y la venta de vestuario a un segmento socioeconómico específico (C2-C3), un nicho hoy hipercompetitivo y dominado por gigantes internacionales del fast fashion y plataformas de e-commerce.
Corona fue, durante décadas, un pilar de la clase media chilena, un símbolo de acceso al consumo a través de su tarjeta de crédito. Su modelo, replicado por otras multitiendas, fue funcional en un Chile que se abría al mercado, pero demostró ser frágil ante la desaceleración económica, el sobreendeudamiento de los hogares y la irrupción de nuevas formas de comprar.
Hoy, el proceso legal de la quiebra sigue su curso. Los activos, incluyendo la marca, serán liquidados para pagar a una larga lista de acreedores, donde figuran desde bancos hasta proveedores chinos como Anhui Garments. Los hermanos Schupper, por su parte, enfrentan la tarea de dividir su imperio inmobiliario, poniendo fin a su sociedad comercial.
Los locales vacíos que dejó Corona son el legado más visible de su caída. Pero no son un punto final. Son un lienzo en blanco en ubicaciones a menudo estratégicas, que serán ocupados por los nuevos actores que sí supieron leer el cambio. La historia de Corona, por tanto, se cierra como una advertencia sobre la inercia y un recordatorio de que, en el capitalismo contemporáneo, ni siquiera las reinas más antiguas tienen su trono asegurado.