
Un temblor que apenas se sintió, pero que resonó en el debate nacional. En la madrugada del 23 de noviembre de 2025, un sismo de magnitud 3.6 sacudió a Chile, con epicentro a 67 kilómetros al suroeste de Socaire y a una profundidad de 208 kilómetros. Aunque imperceptible para gran parte de la población, este movimiento telúrico volvió a poner en el centro del escenario la eterna pregunta: ¿está Chile realmente preparado para un terremoto de gran escala?
Chile, ubicado en el límite convergente entre la placa de Nazca y la Sudamericana, es un territorio acostumbrado a los temblores. Los movimientos sísmicos profundos, como el registrado esta vez, suelen generar vibraciones leves, pero constantes. Sin embargo, la memoria colectiva aún guarda el trauma del terremoto de 2010, que dejó miles de víctimas y devastación.
“Este sismo nos recuerda que la actividad tectónica no cesa y que la preparación debe ser constante, no solo en infraestructura, sino en cultura ciudadana,” señala la geóloga María Fernanda Rojas, especialista en riesgos naturales.
Desde el mundo político, las reacciones se dividen. Algunos sectores gubernamentales insisten en que los avances en normativa antisísmica y los planes de emergencia han mejorado sustancialmente la resiliencia del país. “Hoy contamos con protocolos más robustos y una red de monitoreo que permite alertas tempranas,” afirma el subsecretario de Defensa Civil.
Por otro lado, organizaciones sociales y expertos independientes advierten que la desigualdad estructural sigue siendo un talón de Aquiles. “Las zonas rurales y periféricas siguen sin acceso a recursos básicos para enfrentar emergencias, y la educación en prevención es insuficiente,” denuncia la activista comunitaria Ana Pérez.
En la región de Antofagasta, donde se ubicó el epicentro, la reacción fue de calma, pero con una sombra de inquietud latente. Habitantes de Socaire y alrededores reportaron leves vibraciones, pero no daños. Sin embargo, para comunidades indígenas y campesinas, la recurrencia de estos eventos genera una sensación de vulnerabilidad histórica.
Este temblor, aunque menor, actúa como un espejo que refleja fortalezas y debilidades del sistema nacional de prevención y respuesta ante desastres. Chile posee una infraestructura antisísmica avanzada y un sistema de monitoreo de referencia mundial. Pero, como evidencian las voces ciudadanas, la preparación no es homogénea ni suficiente en todos los estratos sociales y territoriales.
La lección es clara: la convivencia con la amenaza sísmica demanda no solo tecnología y protocolos, sino un compromiso social inclusivo y permanente. La tragedia ajena, que a veces se percibe distante, puede ser la catarsis necesaria para impulsar cambios profundos.
En definitiva, el sismo del 23 de noviembre de 2025 no es solo un evento geológico, sino un llamado a revisar cómo Chile enfrenta su destino sísmico, con todas sus tensiones y desafíos.
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Fuentes consultadas: Centro Sismológico Nacional de la Universidad de Chile, Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred), declaraciones públicas de autoridades y organizaciones sociales.