Un escenario cargado de expectativas y contradicciones se desplegó en la segunda jornada de la gira presidencial de Evelyn Matthei por La Araucanía, región que históricamente ha sido un polo de tensiones sociales y políticas. El 4 de julio de 2025, la precandidata de la derecha visitó Temuco, donde se reunió con dirigentes agrícolas y representantes del mundo rural, reafirmando que 'el campo es parte fundamental del futuro de Chile'. Esta declaración, lejos de ser un simple eslogan, busca posicionar el mundo rural como un actor central en la agenda política y económica nacional, en un contexto donde la descentralización y el desarrollo regional se han vuelto temas ineludibles.
La gira, sin embargo, no estuvo exenta de confrontaciones simbólicas. En medio de su agenda, Matthei se vio obligada a responder a las polémicas declaraciones del diputado Johannes Kaiser, quien insinuó la posibilidad de una dictadura en Chile como solución a la crisis política. La precandidata fue categórica: 'No van a haber. Porque Chile, los chilenos, son muy inteligentes. Lo que necesitamos es orden, progreso y esperanza.' Esta réplica no solo marca distancias dentro del espectro de la derecha, sino que también refleja un intento por mantener un discurso democrático frente a un electorado preocupado por la estabilidad institucional.
Desde la perspectiva política, el episodio revela una fractura interna. Mientras sectores más conservadores y radicalizados apuestan por mensajes de mano dura y orden estrictamente aplicado, figuras como Matthei buscan un equilibrio entre seguridad y desarrollo, proyectando una imagen de gobernabilidad y pragmatismo. Esta tensión se traslada a la región, donde la inseguridad rural y las demandas de los agricultores conviven con reclamos por justicia y reconocimiento de los pueblos originarios.
La Araucanía, epicentro de esta disputa, se muestra como un espejo de las complejidades nacionales. Por un lado, la presencia de la Sociedad de Fomento Agrícola (SOFO) y el apoyo a emprendimientos locales reflejan un sector rural pujante y con expectativas de crecimiento. Por otro, las heridas históricas y el conflicto mapuche siguen siendo una realidad que condiciona cualquier proyecto político. La apuesta de Matthei por una agenda regionalista, con énfasis en seguridad y desarrollo productivo, intenta captar voluntades en un electorado fragmentado y exigente.
Voces ciudadanas recogidas en la zona ilustran esta disonancia. Algunos agricultores valoran el compromiso con la seguridad y la productividad, mientras que activistas sociales advierten que la insistencia en el orden sin diálogo podría profundizar las divisiones. Esta pluralidad de miradas es crucial para entender que las soluciones simplistas no tienen cabida en un territorio marcado por la complejidad social y cultural.
Finalmente, la gira de Evelyn Matthei en La Araucanía deja varias certezas y desafíos para la política chilena. Es evidente que el mundo rural busca mayor protagonismo y reconocimiento en la agenda nacional. También queda claro que el debate sobre el orden y la democracia sigue siendo un campo de batalla dentro de la derecha. Y, sobre todo, que la región continúa siendo un espacio donde las contradicciones del país se manifiestan con crudeza, exigiendo respuestas integrales y con perspectiva histórica.
Este episodio invita a una reflexión profunda: el futuro político de Chile no solo se jugará en las grandes ciudades o en los centros de poder tradicionales, sino también en las tierras donde la historia, la identidad y la economía se entrelazan en un desafío que va más allá de una campaña electoral.