
Desde el 5 de julio de 2025, cuando un sismo de magnitud 3.3 sacudió el suroeste de Ollagüe, la discusión nacional sobre la preparación ante terremotos ha cobrado renovada urgencia. Chile, ubicado en el límite de las placas tectónicas de Nazca y Sudamericana, es un país acostumbrado a los movimientos telúricos, pero la pregunta que persiste es: ¿estamos realmente preparados para enfrentar un sismo de gran magnitud?
En el epicentro de este debate se encuentran dos fuerzas contrapuestas. Por un lado, el Estado y sus organismos técnicos, como el Centro Sismológico Nacional de la Universidad de Chile y Senapred, que han intensificado las campañas informativas y protocolos de emergencia. “Mantener a la población informada y preparada es crucial para minimizar daños y pérdidas humanas”, enfatiza un vocero de Senapred.
Sin embargo, desde las comunidades y sectores más vulnerables, la percepción es distinta. La precariedad habitacional, la desigualdad en el acceso a recursos y la falta de infraestructura resistente provocan una sensación de indefensión. “No basta con saber qué hacer, necesitamos condiciones dignas para sobrevivir a un terremoto”, señala una dirigente vecinal de la periferia de Santiago.
En el plano político, la cuestión se ha convertido en un campo de batalla donde se exhiben tensiones históricas. Mientras algunos sectores promueven una inversión estatal robusta en prevención y reconstrucción, otros critican la insuficiente coordinación entre municipios y gobierno central, y la falta de un enfoque inclusivo que contemple las realidades regionales.
El debate también alcanza a la academia y expertos en riesgo sísmico, quienes advierten que la preparación no puede limitarse a protocolos o campañas aisladas. Es necesaria una estrategia integral que incluya educación continua, desarrollo urbanístico adaptado y una política pública que priorice la resiliencia social.
En definitiva, el temblor reciente ha puesto en evidencia que, aunque la ciencia y la tecnología han avanzado, la vulnerabilidad social y las brechas institucionales siguen siendo el verdadero riesgo latente. El desafío no es solo anticipar el próximo gran terremoto, sino construir un país capaz de resistirlo y recuperarse con equidad.
Este episodio reafirma que la preparación ante sismos en Chile es un problema multifacético, donde convergen la geología, la política, la sociedad y la economía. La tensión entre la inevitabilidad del fenómeno y la capacidad de respuesta humana es el drama que aún está por resolverse, y que seguirá marcando la agenda nacional en los próximos años.