
El 17 de noviembre de 2025, Ucrania ejecutó un ataque con drones contra la central térmica y eléctrica de Shatura, ubicada a 120 kilómetros al este de Moscú, un hecho que ha marcado un punto de inflexión en la prolongada guerra con Rusia. El ataque provocó un incendio en las instalaciones y dejó sin calefacción a miles de habitantes de esta ciudad de 33.000 personas, justo cuando las temperaturas rondaban el punto de congelación. Esta acción, confirmada por el gobernador regional Andrei Vorobyov, no solo evidencia un cambio en la táctica ucraniana, sino que también expone la vulnerabilidad de la infraestructura civil rusa en un conflicto que ha escalado en complejidad y consecuencias humanitarias.
Desde el inicio de la invasión rusa en febrero de 2022, el conflicto ha transitado desde combates convencionales hacia una guerra de desgaste y ataques asimétricos. El ataque a Shatura representa una nueva fase: la guerra tecnológica y la utilización de drones para golpear objetivos estratégicos dentro del territorio ruso, alejados del frente de batalla tradicional. Vorobyov señaló que “algunos drones fueron destruidos por la defensa aérea, pero varios impactaron en la central, causando un incendio”, lo que obliga a Moscú a desplegar energías de reserva y sistemas móviles para mitigar el impacto en la población civil.
Esta acción se inscribe en un contexto donde la infraestructura energética se ha convertido en blanco recurrente, buscando presionar no solo a las fuerzas militares, sino también a la población rusa, en un intento por debilitar la moral y la capacidad logística del adversario.
Las reacciones a este ataque han sido diversas y reflejan la complejidad política y social que envuelve el conflicto. Desde el Kremlin, la condena fue inmediata, denunciando un acto de terrorismo que afecta a civiles inocentes y prometiendo respuestas contundentes. Por otro lado, desde Kiev y sus aliados occidentales, se argumenta que la guerra ha obligado a Ucrania a ampliar su repertorio táctico para defender su soberanía, y que atacar infraestructura vinculada directamente al esfuerzo bélico ruso es una medida legítima dentro de la guerra moderna.
En América Latina, la opinión pública y los gobiernos muestran una pluralidad de posturas. Algunos sectores critican el ataque por el daño colateral a civiles y la escalada del conflicto, mientras otros entienden la acción como un paso inevitable en la defensa de Ucrania frente a la invasión rusa.
La central de Shatura no es un objetivo cualquiera: fundada en la era soviética por orden de Lenin, es una de las más antiguas de Rusia y un símbolo de la infraestructura energética nacional. Su daño no solo tiene un impacto inmediato en la provisión de calefacción y electricidad, sino que también representa un golpe simbólico al corazón del aparato estatal ruso.
Además, este ataque ocurre en paralelo a discusiones internacionales sobre la búsqueda de una solución negociada al conflicto. El plan de 28 puntos presentado por la administración Trump, que incluye concesiones territoriales significativas por parte de Ucrania, refleja la dificultad para encontrar un acuerdo que detenga la violencia sin sacrificar la integridad territorial ucraniana.
El ataque a la central eléctrica de Shatura confirma que la guerra entre Rusia y Ucrania ha entrado en una etapa donde la infraestructura civil es un campo de batalla crucial. La decisión de Ucrania de utilizar drones para golpear objetivos dentro del territorio ruso muestra una escalada en la estrategia militar, con consecuencias directas para la población civil. Las respuestas políticas, desde la condena hasta la justificación, evidencian las profundas divisiones en torno a la legitimidad y el costo humano del conflicto.
La historia de este ataque y sus repercusiones invita a reflexionar sobre los límites éticos en la guerra moderna y el impacto de la violencia en las sociedades más allá de las líneas de combate. En un escenario donde la búsqueda de la paz parece lejana, el sufrimiento de civiles como los habitantes de Shatura se convierte en la tragedia que nadie puede ignorar.