A más de un mes de su partida, el eco mediático inmediato sobre la muerte de Brian Wilson se ha disipado, dando paso a una reflexión más profunda. El adiós al genio detrás de The Beach Boys, ocurrido el 11 de junio a los 82 años, no cierra únicamente la biografía de un músico fundamental del siglo XX; obliga a revisitar una de las narrativas más complejas y fascinantes de la cultura pop: la historia de una sinfonía adolescente que se transformó en una obra maldita, el álbum Smile.
Todo comenzó en 1966. Impulsado por el deseo de superar la proeza sónica de _Pet Sounds_ y en plena competencia creativa con The Beatles, Brian Wilson se embarcó en su proyecto más ambicioso: una "sinfonía adolescente para Dios". Con la colaboración del letrista Van Dyke Parks, Wilson se propuso crear la "gran obra americana", un viaje musical a través de la historia y el subconsciente de Estados Unidos. El estudio de grabación se convirtió en su laboratorio, llegando a instalar una caja de arena bajo el piano para, según sus palabras, "sentir la playa" mientras componía.
De estas sesiones surgieron fragmentos de una belleza y complejidad inéditas, como "Heroes and Villains" y "Surf"s Up". Sin embargo, la genialidad de Wilson comenzó a rozar el delirio. Su creciente paranoia, alimentada por el consumo de drogas y una salud mental frágil, lo llevó a episodios como hacer que sus músicos usaran cascos de bombero durante la grabación de un tema sobre el fuego. Creía que la música misma podía desatar fuerzas oscuras.
El desarrollo analítico de la obra se vio truncado por conflictos internos. El resto de la banda, especialmente su primo Mike Love, no comprendía el giro experimental. Acostumbrados a cantar sobre chicas, autos y surf, se encontraron con letras crípticas y estructuras musicales que desafiaban la lógica del pop. "Suena demasiado moderno, demasiado avanzado", le dijeron a Brian, cuyas innovaciones eran vistas con recelo. A esto se sumó la presión de Capitol Records, que esperaba un nuevo éxito comercial y no un collage sonoro vanguardista. Abrumado, Wilson archivó las cintas en mayo de 1967. Smile se convirtió en el álbum perdido más famoso de la historia.
El colapso de Smile fracturó a la banda y al propio Wilson, pero con el tiempo, las perspectivas sobre su figura se han decantado. Tras su muerte, sus compañeros de The Beach Boys lo despidieron como "el alma de nuestro sonido", un reconocimiento que pone en perspectiva las tensiones de antaño y subraya su rol insustituible.
Desde el otro lado del Atlántico, su gran "rival" artístico, Paul McCartney, ofreció una de las despedidas más sentidas: "Brian tenía ese misterioso sentido del genio musical que hacía que sus canciones fueran tan dolorosamente especiales. (...) "God Only Knows" cómo seguiremos sin él". Sus palabras no solo cierran un capítulo de competencia creativa que elevó el pop a la categoría de arte, sino que confirman el profundo respeto mutuo que existía entre ambos.
En Chile, la influencia de Wilson es palpable y transversal. Álvaro Henríquez, líder de Los Tres, recuerda haber conocido a su ídolo en 2004 y cómo la música de The Beach Boys fue fundamental para su propio desarrollo. Para Francisco Durán de Los Bunkers, Wilson fue pionero en la figura del "artista productor", que utiliza el estudio como un instrumento más, un lienzo sonoro. Músicos como Pedropiedra y Alejandro Gómez (Solar, Alamedas) destacan su maestría en el uso de armonías complejas e inversiones de acordes, un lenguaje que abrió nuevas posibilidades para el pop en español. Esta resonancia local demuestra que el impacto de Wilson no fue solo anglosajón, sino que proveyó un lenguaje universal para la melancolía y la innovación.
El mito de Smile no quedó inconcluso para siempre. En 2004, Brian Wilson, en un acto de valentía y redención personal, regrabó y completó el álbum, presentándolo en vivo ante una crítica que lo aclamó como la obra maestra que siempre fue. Siete años después, en 2011, se lanzaron oficialmente las grabaciones originales de 1967 en _The Smile Sessions_, cerrando finalmente el círculo.
La historia de Brian Wilson invita a una reflexión crítica sobre la figura del "genio atormentado". Su vida expone el altísimo costo personal que puede tener una creatividad desbordante cuando choca con las exigencias comerciales y la incomprensión del entorno. Su música, sin embargo, trasciende el drama. Es un testimonio de que es posible construir catedrales sonoras a partir de la vulnerabilidad, y que una melodía puede contener tanta verdad y complejidad como una novela.
Su fallecimiento marca el silencio final de una de las voces más singulares del siglo XX, pero su obra permanece como una sinfonía que, aunque por momentos pareció inconclusa, hoy resuena completa, eterna y profundamente humana.