
Un monasterio vigilado, una identidad en jaque y un líder espiritual que prepara su sucesión en medio del silencio impuesto. Así se presenta hoy Aba, en la meseta tibetana, epicentro de una resistencia que ha trascendido décadas y que hoy se enfrenta a un Partido Comunista chino decidido a imponer un control total sobre la región y su cultura.Desde 1950, China gobierna el Tíbet y sus zonas aledañas, implementando un desarrollo económico que ha venido acompañado de una fuerte militarización y vigilancia. En Aba, donde se encuentra el monasterio de Kirti, histórico bastión de la resistencia tibetana, la presencia del Estado se siente en cada rincón: cámaras de reconocimiento facial, comisarías dentro de templos y la obligación de registrar la identidad para actividades cotidianas como comprar gasolina.La represión se intensificó tras las protestas de 2008, que dejaron decenas de muertos y una cadena de autoinmolaciones en demanda de derechos y la vuelta del Dalai Lama.
La tensión no solo es territorial, sino también espiritual y cultural. El Dalai Lama, exiliado en India desde 1959, anunció recientemente que su sucesor será elegido tras su muerte, desafiando la pretensión de Pekín de controlar este proceso."Nadie más tiene autoridad para interferir", afirmó el líder espiritual, preparando el terreno para un conflicto abierto con el gobierno chino.
Pekín, por su parte, insiste en que la próxima reencarnación del Dalai Lama debe seguir "rituales religiosos y costumbres históricas" pero bajo supervisión estatal, buscando un líder tibetano que encarne "patriotismo y fidelidad" al Partido.El académico Robert Barnett señala que China busca "convertir al león de la cultura tibetana en un perrito faldero".
Este enfrentamiento anticipa una fractura profunda: la posibilidad de dos Dalai Lamas, uno reconocido por la diáspora tibetana y otro impuesto por Pekín, con consecuencias imprevisibles para la legitimidad y la unidad del pueblo tibetano.
En Aba, la imposición del mandarín y la obligatoriedad de que los niños tibetanos asistan a escuelas públicas chinas han erosionado las bases de la educación tradicional budista.Desde 2021, las guarderías y escuelas en zonas tibetanas deben enseñar en chino, limitando la transmisión cultural y religiosa. La demolición de escuelas de predicación budista y la vigilancia constante evidencian un intento sistemático de controlar no solo el territorio, sino también la mente y el alma tibetanas.
Mientras Pekín promueve el desarrollo económico y la integración, muchos tibetanos sienten que se les niega su identidad y derechos básicos.Un monje de Aba resumió la sensación local: "El gobierno chino ha envenenado el aire en el Tíbet. No es un buen gobierno". Por otro lado, turistas y funcionarios celebran la "unidad étnica" y los avances en infraestructura, una narrativa que contrasta con el silencio y la represión que viven los residentes.
Este escenario muestra un choque entre dos proyectos irreconciliables: uno que busca preservar una cultura y espiritualidad milenaria, y otro que pretende someterla a un Estado centralizado y homogéneo. La sucesión del Dalai Lama se convierte en el símbolo y el campo de batalla de esta disputa.
La resistencia tibetana ha demostrado una resiliencia notable, pero la creciente vigilancia, la educación controlada y la propaganda estatal amenazan con diluir su identidad. El mundo observa, pero la información es escasa y fragmentada, atrapada entre el hermetismo chino y la diáspora exiliada.
La tragedia está servida: un pueblo que lucha por mantener su alma mientras su líder espiritual se prepara para un relevo que podría dividirlo aún más. El futuro del Tíbet no solo depende de las decisiones políticas de Pekín, sino también de la capacidad de su gente para resistir y reinventarse en un contexto de control absoluto.
Este es un momento decisivo que invita a la reflexión profunda sobre la preservación cultural, el derecho a la autodeterminación y los límites del poder estatal en sociedades plurales.
2025-11-11