El Último Conquistador de las Letras: Anatomía del Legado Ambiguo de Mario Vargas Llosa

El Último Conquistador de las Letras: Anatomía del Legado Ambiguo de Mario Vargas Llosa
2025-07-07

- Su muerte marca el fin de una era para el intelectual público, pero enciende un debate sobre su doble legado: genio literario y controvertida figura política.

- Su evolución de izquierdista a liberal es clave para entender su obra y su feroz oposición a todas las dictaduras, una postura que hoy resuena con fuerza en la política chilena.

- Más allá del Nobel, su herencia es un complejo tapiz de admiración, crítica y relaciones personales, revelando a un hombre cuya vida fue tan intrincada como sus novelas.

A más de dos meses de su fallecimiento en Lima, la figura de Mario Vargas Llosa, el último gigante del Boom Latinoamericano, ha trascendido el obituario para instalarse en un territorio más complejo: el de un legado en disputa. Su muerte a los 89 años no solo cerró un capítulo monumental de la literatura universal, sino que también abrió un intenso debate sobre las contradicciones que definieron su vida como escritor, polemista y animal político. Hoy, con la distancia que aplaca el duelo inmediato, es posible analizar las múltiples facetas de un hombre que fue, a la vez, un arquitecto de mundos ficticios y un combatiente implacable en la arena de las ideas.

El Arquitecto de la “Novela Total”

No hay discusión sobre su sitial en el panteón literario. Obras como “La ciudad y los perros”, “La casa verde” y la monumental “Conversación en La Catedral” no solo lo catapultaron a la fama, sino que redefinieron las posibilidades de la novela en español. Su dominio técnico, su ambición por crear “novelas totales” que contuvieran la caótica realidad de América Latina, y su disciplina casi marcial, le ganaron el reconocimiento unánime que culminó con el Premio Nobel de Literatura en 2010. Sus novelas eran exploraciones de las estructuras del poder, la corrupción, el fanatismo y la violencia, males que, según su visión, aquejaban a las sociedades. Como señaló el exministro Gonzalo Blumel, su obra es un “certero catálogo de los principales males que han aquejado a nuestras sociedades”.

Sus ciudades, principalmente una Lima descrita con brutal honestidad y un París idealizado, no fueron meros telones de fondo. Eran personajes vivos, microcosmos donde se reflejaban las tensiones de Perú y del mundo. “La ciudad parecía un animal enorme y sucio, respirando con dificultad bajo la niebla”, escribió en Conversación en La Catedral, encapsulando esa relación de amor y repudio con su entorno que alimentó su creatividad.

El Viaje Ideológico: Del “Sartrecillo Valiente” al Liberalismo

El Vargas Llosa que hoy se debate es, fundamentalmente, el intelectual público. Su trayectoria fue un espejo de las convulsiones ideológicas del siglo XX. En su juventud fue el “sartrecillo valiente”, un entusiasta de la Revolución Cubana, como muchos de su generación. Sin embargo, el “Caso Padilla” en 1971, donde el poeta cubano Heberto Padilla fue forzado a una autocrítica estalinista, marcó su punto de quiebre. Fue una ruptura ruidosa y definitiva con la izquierda autoritaria.

Este giro lo llevó a abrazar el liberalismo de pensadores como Isaiah Berlin y Karl Popper. Se convirtió en un defensor acérrimo de la democracia y el libre mercado, una postura que lo enfrentó a sus antiguos compañeros de ruta y lo convirtió en una figura incómoda para muchos. Su derrota en las elecciones presidenciales de Perú en 1990 frente a Alberto Fujimori fue una herida profunda, pero también, como relató su amigo y luego enemigo Jaime Bayly, una liberación que le permitió volver a la literatura y, eventualmente, ganar el Nobel.

Un Legado en Disputa en el Chile Actual

Es en Chile donde su legado político resuena con particular intensidad. Vargas Llosa no fue un liberal de salón; criticó con la misma vehemencia a las dictaduras de izquierda como a las de derecha. Su condena al régimen de Augusto Pinochet es un punto central de esta tensión. En 2017, calificó de “derecha cavernaria” a los sectores conservadores chilenos que, a su juicio, “no entienden lo que son los Derechos Humanos”.

Tras su muerte, esta tensión se ha hecho visible. Mientras figuras de la derecha liberal como Blumel lo celebran como un “demócrata de tomo y lomo”, otras voces utilizan su figura como un espejo crítico. Una columna en La Tercera titulada “La derecha cavernaria” recordó cómo Vargas Llosa refutó a quienes intentaban justificar la dictadura de Pinochet, afirmando enfáticamente: “No, las dictaduras son todas malas (...) el precio que se paga por eso es intolerable e inaceptable”. Estas palabras son hoy esgrimidas para cuestionar a políticos como Evelyn Matthei y su justificación del golpe militar, evidenciando cómo el legado del escritor se ha convertido en un arma en el debate político contemporáneo chileno.

El Hombre Detrás del Monumento

Reducir a Vargas Llosa a sus posturas políticas sería tan erróneo como ignorarlas. Era una figura de pasiones intensas, capaz de grandes lealtades y de rupturas estrepitosas. El relato de Jaime Bayly lo pinta de cuerpo entero: un mentor generoso que impulsó su carrera, pero también un hombre que no perdonaba lo que consideraba traiciones políticas, llamándolo “payaso” y “bufón” por apoyar a candidatos que él detestaba. El famoso puñetazo a Gabriel García Márquez en 1976, más allá de las causas personales, simbolizó la fractura de una amistad y de una utopía compartida.

Para muchos lectores, como la periodista Pierina Pighi Bel, la relación con Vargas Llosa es más íntima. Sus libros fueron una herramienta para comprender la complejidad de su propio país, una fuente de inspiración que persiste incluso cuando sus decisiones políticas generaban conflicto. “Esas circunstancias de ninguna manera opacan para mí la experiencia de leer y aprender de sus libros”, confiesa.

El estado actual de su figura es, por tanto, uno de vibrante contradicción. Mario Vargas Llosa ha muerto, pero su obra y su pensamiento siguen vivos, no como reliquias en un museo, sino como fuerzas activas que interpelan, inspiran y provocan. Su deseo de una despedida íntima, sin ceremonias públicas, parece coherente con un hombre que, habiendo vivido bajo el foco público, quizás entendió que su verdadero legado no se definiría en los homenajes oficiales, sino en la lectura silenciosa y en el incesante debate que su vida y obra continúan generando.

El fallecimiento de una figura de talla mundial permite una reevaluación completa de su legado, contrastando su monumental aporte literario con sus controvertidas y cambiantes posturas políticas. La historia ofrece una narrativa cerrada (vida y muerte) que invita a un análisis profundo sobre la relación entre arte, ideología y la percepción pública, mostrando cómo un ícono cultural puede ser a la vez celebrado y cuestionado por distintas facciones de la sociedad.