Hace poco más de dos meses, el Olympique de Lyon, un coloso del fútbol francés y heptacampeón de la Ligue 1, se asomó al abismo. Una decisión administrativa lo condenaba a la segunda división, no por su rendimiento en la cancha, sino por sus números rojos en los balances contables. Hoy, el club respira en la máxima categoría tras una apelación exitosa, pero la conmoción de su casi caída resuena como una advertencia para todo el ecosistema del fútbol europeo. El episodio no fue un hecho aislado, sino el síntoma de una industria tensionada entre la pasión histórica, las regulaciones financieras y el poder desmedido del capital global.
La crisis del Lyon no fue repentina. Ya en noviembre de 2024, la Dirección Nacional de Control de Gestión (DNCG), el riguroso gendarme financiero del fútbol galo, había impuesto sanciones provisionales al club, incluyendo la amenaza de descenso si no lograba equilibrar sus cuentas. La gestión del empresario estadounidense John Textor, cuya firma Eagle Football Holdings controla también otros clubes como el Botafogo en Brasil, estaba bajo la lupa.
El 24 de junio de 2025, la DNCG cumplió su advertencia. Tras una audiencia donde los argumentos de Textor fueron insuficientes para justificar una deuda superior a los 200 millones de dólares, se decretó el descenso administrativo. El golpe fue histórico. La falta de clasificación a la lucrativa Champions League había agravado una situación financiera ya precaria, y la promesa de Textor de estabilizar el club parecía desmoronarse.
La reacción del propietario fue desafiante, insinuando presiones externas y apuntando a "un gran club en Qatar", en una clara alusión al Paris Saint-Germain, el rival doméstico cuya solidez financiera, respaldada por capital soberano, representa el otro extremo del espectro económico. Sin embargo, el 9 de julio, la narrativa cambió drásticamente. La comisión de apelaciones de la DNCG revocó la sentencia, permitiendo al Lyon permanecer en la Ligue 1. El club lo celebró como "el primer paso para restaurar la confianza", un respiro que, según se informó, fue posible gracias a nuevas garantías presentadas por accionistas y prestamistas, incluyendo fondos obtenidos de la reciente venta de su participación en el Crystal Palace inglés.
El conflicto del Lyon encapsula una tensión fundamental en el fútbol moderno. Desde la perspectiva de la DNCG, su actuar fue una aplicación necesaria de las reglas diseñadas para garantizar la sostenibilidad de la liga y evitar colapsos financieros que perjudiquen a toda la competencia. Su decisión inicial no fue un ataque a un club histórico, sino una respuesta a cifras concretas y a un plan de viabilidad que no convencía.
Desde el punto de vista de John Textor, el episodio puede interpretarse como las dificultades de un modelo de inversión moderno —la propiedad multiclub— enfrentado a estructuras regulatorias locales que pueden ser vistas como rígidas o incluso proteccionistas. Su estrategia, que busca sinergias y diversificación de riesgos entre continentes, se topó con la inflexible realidad de la normativa francesa.
En medio de esta pugna de escritorios, se encuentra el hincha, cuya lealtad no se mide en balances, sino en historia y pertenencia. Para ellos, la amenaza del descenso fue una humillación y una prueba de cómo el destino de su club depende cada vez más de complejas maniobras financieras que escapan a su control y a la lógica del mérito deportivo.
La crisis del Lyon no puede entenderse sin observar el panorama general. Apenas unos días después de que se revocara su descenso, el PSG y el Chelsea disputaban la final del Mundial de Clubes, un partido que, según analistas financieros, ponía en la cancha plantillas valoradas en más de 2.500 millones de euros. Mientras Lyon luchaba por su supervivencia por una deuda de 200 millones, otros clubes, a menudo beneficiados por inversiones estatales o de multimillonarios, compiten en una estratosfera económica diferente.
Este fenómeno crea un fútbol de dos velocidades. Por un lado, una élite de super-clubes con ingresos y capacidad de gasto casi ilimitados. Por otro, una clase media de clubes históricos, como el Lyon, que deben realizar proezas de gestión para competir, donde un mal año deportivo y la no clasificación a torneos europeos pueden desencadenar una crisis existencial. Las quejas de otros técnicos, como Hansi Flick en el Barcelona por la programación de partidos, o las crisis internas en equipos campeones como el Inter de Milán, demuestran que la presión del modelo actual afecta a todos, pero golpea con más fuerza a quienes no tienen un respaldo financiero casi infinito.
El Olympique de Lyon se ha salvado. Jugará en la Ligue 1 y tiene una nueva oportunidad para reestructurar su proyecto. Sin embargo, el episodio deja una cicatriz y una lección crucial. La sostenibilidad financiera ha dejado de ser una recomendación para convertirse en una condición de supervivencia ineludible. La pregunta que queda en el aire es si el sistema actual, con sus abismales diferencias económicas, es sostenible a largo plazo. La historia del Lyon, que coqueteó con el abismo y volvió, es un recordatorio de que en el fútbol moderno, la batalla más importante a menudo no se libra en el césped, sino en las salas de juntas.