
Desde el estallido de la ofensiva israelí en Gaza tras los ataques del 7 de octubre de 2023, el conflicto ha escalado hasta convertirse en una tragedia humanitaria de dimensiones colosales. Más de 56.500 palestinos han muerto, según denuncias de las autoridades del enclave, y la cifra real podría ser aún mayor. En este escenario devastador, la Casa Blanca ha intentado posicionarse como actor clave en la búsqueda de una solución. Sin embargo, seis meses después de que Donald Trump asumiera la presidencia en enero de 2025, la esperanza de un alto al fuego se desvanece entre la desconfianza mutua y las agendas contrapuestas.
La administración Trump ha declarado repetidamente su intención de “poner fin a la brutal guerra en Gaza”, con un discurso centrado en “salvar vidas” y lograr la liberación de los rehenes secuestrados durante los ataques iniciales. La portavoz Karoline Leavitt destacó que el presidente mantiene comunicación constante con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, buscando un acuerdo que permita un cese al fuego definitivo. Sin embargo, estas gestiones se han estrellado contra el rechazo frontal de Hamás a la mediación estadounidense.
Desde la perspectiva del Movimiento de Resistencia Islámica, la presencia de Estados Unidos como mediador carece de legitimidad debido a su apoyo explícito a Israel. Taher al Nunu, asesor clave de Hamás, ha señalado que “no sentimos que la ocupación sea seria a la hora de lograr un acuerdo que ponga fin a la agresión y a la guerra”. La organización palestina ha planteado cuatro condiciones para una negociación: alto al fuego, retirada israelí de Gaza, entrega de ayuda humanitaria y reconstrucción, además de un intercambio de prisioneros. Sin embargo, ninguna de estas demandas ha sido aceptada en su totalidad por Israel o Estados Unidos.
Este choque de voluntades ha convertido la diplomacia en un campo minado. Mientras Washington insiste en que sus “incansables esfuerzos” han permitido la liberación de varios rehenes, incluidos ciudadanos estadounidenses, Hamás mantiene que cualquier avance real debe incluir la satisfacción de sus demandas políticas y humanitarias. La exclusión explícita de Estados Unidos como mediador aceptable por parte de Hamás ha cerrado las puertas a un diálogo directo, dejando a terceros países y organizaciones internacionales en la difícil tarea de buscar canales alternativos.
En Chile y la región, la guerra en Gaza ha generado un debate intenso y polarizado. Sectores políticos de izquierda han cuestionado el rol de Estados Unidos, denunciando una parcialidad que perpetúa el sufrimiento palestino. Por otro lado, voces conservadoras y proisraelíes han respaldado la posición de Washington, enfatizando la necesidad de derrotar a grupos considerados terroristas para garantizar la seguridad regional.
Para la sociedad civil, el conflicto ha significado una constante exposición a imágenes y relatos desgarradores que alimentan la ansiedad y la división. La ausencia de avances concretos y la persistencia de la violencia han llevado a organizaciones de derechos humanos a pedir una revisión profunda del enfoque internacional, instando a un compromiso genuino con la protección de civiles y el respeto a los derechos fundamentales.
En definitiva, la historia que hoy se sigue escribiendo en Gaza no es solo la de un enfrentamiento bélico, sino la de un fracaso diplomático que expone las limitaciones de la política internacional contemporánea. El diálogo entre Estados Unidos y Hamás permanece bloqueado, y la guerra continúa cobrando vidas sin que se vislumbre una salida clara. La lección que deja este episodio es la urgencia de repensar los mecanismos de mediación y la necesidad de incorporar voces que hasta ahora han sido marginadas en la búsqueda de la paz.
2025-11-12
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