
Un mosaico global de activismos que desafía el statu quo
Desde el verano de 2025, el activismo ha encontrado en el arte, la cultura y el deporte escenarios cruciales para expresar tensiones políticas y sociales que no se resuelven en discursos oficiales. La confluencia de manifestaciones en eventos internacionales, discursos de figuras públicas y movimientos sociales ha puesto en evidencia una radicalización de posturas y un reacomodo de narrativas que merecen ser analizadas con la distancia que permite observar consecuencias y matices.
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La 18ª Bienal de Estambul, inaugurada en septiembre, se ha convertido en un espacio emblemático donde confluyen voces internacionales que buscan visibilizar el genocidio en Gaza y las crisis que atraviesa Palestina. Bajo el título 'The Three-Legged Cat', la curadora Christine Tohmé ha desplegado una muestra que, aunque irregular en cohesión, destaca por la fuerza de sus piezas y la valentía de sus artistas, muchos provenientes de territorios árabes.
'Palestina padece un genocidio. Esta bienal es un homenaje a quienes perdieron allí sus vidas. Son tiempos oscuros', declaró Tohmé, marcando el tono de un evento que, más allá de la estética, se ha transformado en un acto político y de memoria.
Este activismo artístico, sin embargo, no ha estado exento de tensiones internas, como la polémica en torno al comité de selección y la sustitución de la comisaria inicial, lo que refleja las complejidades de gestionar espacios culturales en contextos geopolíticos sensibles.
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En paralelo, figuras como la actriz Jennifer Lawrence han utilizado plataformas como el Festival de Cine de San Sebastián para manifestar públicamente su condena al genocidio en Gaza, mostrando que la moda y el activismo pueden ir de la mano. Lawrence, enfundada en diseños de Phoebe Philo, expresó sin ambages su dolor y rechazo a la situación palestina durante la premiación.
Por otro lado, la comediante Hannah Einbinder, en la ceremonia de los Emmy, sorprendió con un discurso que combinó celebración y protesta, lanzando un enérgico mensaje contra el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE.UU. (ICE) y en apoyo a Palestina. '¡A la mierda el ICE, y Palestina libre!', exclamó, encapsulando la mezcla de humor y activismo que caracteriza a una generación que no separa entretenimiento y compromiso político.
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La reciente etapa contrarreloj de La Vuelta a España en Valladolid evidenció las tensiones entre el espectáculo deportivo y el activismo político. Manifestantes pro palestinos irrumpieron en la ruta para denunciar lo que consideran un ejercicio de sportswashing por parte del equipo Israel Premier-Tech, propiedad de un magnate cercano al gobierno israelí.
La organización redujo el recorrido y reforzó la seguridad, pero no evitó que dos personas fueran detenidas y quince identificadas por protestar. La protesta, acompañada de cánticos y consignas, puso en jaque la idea de que el deporte puede mantenerse al margen de conflictos políticos profundos.
Las voces en Valladolid reflejan un debate mayor: ¿puede el deporte ignorar los contextos éticos de sus patrocinadores y protagonistas? ¿Dónde queda la responsabilidad social en eventos globales?
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Más allá de las grandes manifestaciones y discursos públicos, el análisis crítico del estilo de vida de las élites ha emergido como un activismo cultural en sí mismo. Cuentas en redes sociales y creadores de contenido como Blakely Thornton y Nicole King han convertido la observación y crítica del lujo y la ostentación en una herramienta para cuestionar sistemas de opresión y desigualdad.
'Tener dinero no garantiza tener gusto, pero sí puede reflejar valores', señala King, quien promueve un consumo consciente y estilizado que no se reduzca a la mera exhibición.
Esta forma de activismo se mezcla con debates sobre la estética, el poder y la representación, evidenciando que la cultura popular es un terreno fértil para la reflexión política y social.
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A nivel más cercano, el documental 'Ellas en la ciudad' rescata la historia silenciada de las mujeres activistas en la periferia sevillana, quienes durante décadas lucharon por servicios básicos, dignidad y vida comunitaria en barrios marginados.
Estas mujeres, muchas veces invisibilizadas en las narrativas oficiales, encarnan la resistencia cotidiana que sostiene las ciudades y desafía el imaginario masculinizado del movimiento obrero.
'Cada jueves salimos por la sanidad pública. Nos apena que los jóvenes no nos acompañen y salgan como salíamos nosotras', afirma una de las protagonistas, recordándonos que el activismo es un proceso intergeneracional y que la memoria social es un arma contra la resignación.
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Este recorrido por diferentes expresiones de activismo en 2025 revela:
- Que el arte, la cultura y el deporte son espacios donde se libra una batalla por el sentido y la legitimidad política.
- Que las voces disidentes no solo se expresan en las calles, sino también en los escenarios, las pantallas y las redes sociales.
- Que las tensiones entre poder y resistencia, entre espectáculo y protesta, configuran un nuevo mapa de confrontaciones simbólicas y materiales.
En Chile y el mundo, estas dinámicas invitan a reflexionar sobre la responsabilidad de los actores —desde gobiernos hasta ciudadanos— en la construcción de narrativas que no oculten las injusticias ni reduzcan la complejidad de los conflictos. La distancia temporal nos permite ver que el activismo no es un fenómeno efímero ni superficial, sino una expresión profunda de demandas sociales que buscan transformar estructuras y conciencias.
En definitiva, 2025 nos deja una lección clara: el activismo, en sus múltiples formas, sigue siendo el pulso vital de las sociedades que aspiran a la justicia y la dignidad.
2025-11-04