
El pasado 30 de junio de 2025, la ciudad de Los Andes vivió un nuevo sobresalto cuando un sismo de magnitud 4.0 se registró a 21 kilómetros al oeste de la localidad, con una profundidad de 76 kilómetros. El Centro Sismológico Nacional (CSN) confirmó que el movimiento ocurrió a las 15:30 horas, sin causar daños mayores, pero recordando a la comunidad la fragilidad constante de esta zona geográfica.
Este episodio, aunque menor en escala, se inscribe en un largo y complejo historial de actividad sísmica en Chile, país que ostenta el título no oficial de epicentro sísmico mundial. Desde el devastador terremoto de Valdivia en 1960, con una magnitud de 9.5, hasta el reciente y aún recordado evento del “27F” en 2010, la historia chilena está marcada por temblores que han moldeado no solo el territorio, sino también la identidad social y política.
El sismo de Los Andes de junio no es un hecho aislado: desde 1570, se han registrado alrededor de un centenar de sismos de gran fuerza en el país, con casi una treintena superando magnitudes de 8. Esta recurrencia obliga a una reflexión profunda sobre las estrategias de prevención, la infraestructura y la educación ciudadana.
Desde el ámbito gubernamental, las autoridades destacan los avances en sistemas de alerta temprana y protocolos de emergencia. El Ministerio del Interior y Seguridad Pública ha reforzado campañas para que la población conozca medidas básicas, como la preparación de mochilas de emergencia y la identificación de zonas seguras en hogares y escuelas. “La educación y la prevención son pilares fundamentales para reducir el impacto de los desastres naturales”, afirmó una vocera oficial.
Sin embargo, desde sectores sociales y académicos, se cuestiona la eficacia real de estas medidas frente a la desigualdad estructural. Las comunidades rurales y urbanas periféricas, muchas veces con viviendas precarias, siguen siendo las más vulnerables. “No basta con simulacros; la construcción segura debe ser una prioridad y el Estado debe garantizar condiciones dignas para todos”, señala la arquitecta y activista social María Fernández.
Para la región de Los Andes, cada movimiento telúrico revive memorias y temores. Habitantes recuerdan que la cordillera no solo es un paisaje majestuoso, sino también un territorio que impone desafíos constantes. La historia reciente de la tragedia aérea de 1972, con su relato de supervivencia extrema en la misma cordillera, añade una dimensión simbólica al vínculo entre las personas y la montaña.
“Los Andes no solo se mueve, también nos mueve a reflexionar sobre nuestra fragilidad y fortaleza”, comenta el historiador local Ricardo Salinas.
La evidencia científica confirma que Chile seguirá enfrentando sismos de diversa magnitud. La clave está en cómo el país, sus instituciones y ciudadanos, internalizan esta realidad para transformar la vulnerabilidad en resiliencia efectiva. La historia enseña que el costo humano de la improvisación es alto, pero también que la innovación y la solidaridad pueden mitigar tragedias.
En Los Andes, el reciente sismo es una llamada de atención que invita a no olvidar la importancia de la prevención integral, la inversión en infraestructura y la equidad social como elementos inseparables para enfrentar el desafío sísmico.
El coliseo de la naturaleza continúa abierto, y sus protagonistas —desde autoridades hasta ciudadanos comunes— deben asumir su rol en esta tragedia anunciada, pero evitable en sus peores consecuencias.
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Fuentes consultadas: Centro Sismológico Nacional, Infobae (2025), análisis de expertos en gestión de riesgos, testimonios de habitantes de Los Andes.