
El lunes 30 de junio de 2025 a las 15:29 horas, un sismo de magnitud 4.1 sacudió la Región Metropolitana, con epicentro a 19 kilómetros al suroeste de Santiago y a 76 kilómetros de profundidad. Este movimiento telúrico fue catalogado por el Centro Sismológico de la Universidad de Chile como de ‘menor intensidad’, pero su impacto social y político ha trascendido la mera escala de Richter.
En términos estrictamente técnicos, el temblor fue percibido en varias comunas de la zona central, incluyendo Casablanca, Curacaví, Maipú y Santiago, con intensidades que oscilaron entre II y IV en la escala de Mercalli. Las autoridades del Sistema Nacional de Protección Civil (Senapred) confirmaron la ausencia de daños estructurales graves o víctimas.
Sin embargo, la reacción ciudadana y política mostró fisuras que merecen análisis. Por un lado, desde el gobierno se destacó la rapidez de la comunicación oficial y la operatividad de los protocolos de emergencia. “Este sismo nos recuerda que la preparación es esencial, incluso para eventos de menor magnitud”, señaló una vocera del Ministerio del Interior.
En contraste, voces de expertos en sismología y urbanismo han cuestionado la eficacia de los sistemas de alerta temprana y la calidad de las construcciones en sectores periféricos. La académica del Instituto de Geofísica, María López, advirtió: “Aunque fue un temblor leve, es una oportunidad para revisar vulnerabilidades históricas que persisten en la Región Metropolitana”.
La ciudadanía, por su parte, mostró una mezcla de calma y preocupación. En redes sociales, algunos usuarios valoraron la ausencia de daños mayores, mientras otros expresaron inquietud por la frecuencia creciente de eventos sísmicos menores y la sensación de falta de información clara y oportuna.
Desde el ámbito político, la izquierda ha aprovechado la ocasión para criticar la gestión estatal en materia de prevención y políticas urbanas, argumentando que la desigualdad territorial también se refleja en la exposición al riesgo sísmico. Por su parte, sectores conservadores enfatizan la estabilidad general del sistema y llaman a no sobredimensionar un fenómeno natural común en Chile.
Este pequeño temblor, lejos de ser un simple episodio aislado, ha puesto en escena un debate mayor sobre la resiliencia urbana, la comunicación de riesgos y la confianza en las instituciones. A seis meses del evento, no se han registrado daños estructurales significativos, pero sí una serie de talleres y mesas de trabajo impulsadas por municipios y organizaciones civiles para fortalecer la cultura sísmica.
En definitiva, la sacudida de junio dejó al descubierto no solo el suelo bajo Santiago, sino también las grietas en la percepción colectiva sobre la preparación ante desastres. La verdad que emerge es que, aunque la naturaleza no siempre avisa con estruendo, la sociedad chilena sigue enfrentando el desafío de construir no solo estructuras resistentes, sino también comunidades informadas y cohesionadas.
Fuentes consultadas incluyen el Centro Sismológico de la Universidad de Chile, Senapred, declaraciones oficiales del Ministerio del Interior, análisis académicos del Instituto de Geofísica y voces ciudadanas recopiladas en redes sociales y medios locales.