
El 30 de junio de 2025, en el barrio Yungay, se produjo un momento que, a primera vista, podría parecer solo un gesto cordial entre dos figuras políticas: el presidente Gabriel Boric recibió con un abrazo y un beso a Jeannette Jara, la flamante ganadora de la primaria progresista. Sin embargo, este encuentro fue mucho más que un saludo protocolar; fue la cristalización de una tensión y una esperanza que atraviesan a la centroizquierda chilena en estos meses posteriores a la elección.
Jara llegó puntualmente a la casa presidencial en Huérfanos con Libertad, donde Boric la esperaba tras el reciente nacimiento de su hija Violeta. La emoción fue palpable y el propio mandatario, entre risas, confesó sentirse «con el corazón hinchado» por el momento. Pero detrás de la emotividad, la candidata del Partido Comunista (PC) dejó claro que su proyecto político no es una mera continuación del actual gobierno, aunque reconoce su deuda con el legado de Boric y también de Michelle Bachelet.
«Nadie es continuador completamente del otro», afirmó Jara, marcando distancia y a la vez proponiendo una síntesis que recoja lo mejor de la centroizquierda.
Este matiz es fundamental para entender la dinámica que se ha desplegado en los meses siguientes a la primaria, donde Jara se impuso con un 60% frente a figuras como Carolina Tohá (Socialismo Democrático), Gonzalo Winter (Frente Amplio) y Jaime Mulet (FRVS). La victoria no solo consolidó al PC dentro del oficialismo, sino que también puso sobre la mesa la necesidad de construir una unidad real y sustantiva, más allá de las palabras.
Los sectores más moderados del progresismo ven en Jara una oportunidad para fortalecer la gobernabilidad, mientras que las alas más a la izquierda exigen profundizar los cambios estructurales. Esta tensión refleja el clásico dilema del progresismo chileno: cómo equilibrar estabilidad y transformación en un país marcado por demandas sociales persistentes y un electorado fragmentado.
Desde una perspectiva regional, el abrazo también simbolizó la apuesta por mantener la cohesión en un oficialismo que ha tenido que lidiar con desafíos internos y externos. La recepción de Boric, en su rol de líder y padre reciente, humanizó la política y mostró un gesto de respaldo que busca tranquilizar a una base inquieta.
Analistas consultados por La Tercera coinciden en que esta escena anticipó una etapa de negociaciones complejas, donde la figura de Jara deberá navegar entre las expectativas de su partido y la necesidad de diálogo con fuerzas aliadas.
No obstante, no todos comparten esta lectura. Sectores críticos dentro del Frente Amplio y el Socialismo Democrático han manifestado preocupación por el predominio del PC y la posible pérdida de pluralidad interna, lo que podría debilitar la capacidad del bloque para ofrecer respuestas coherentes a los desafíos nacionales.
A cinco meses del encuentro, la candidatura de Jara ha ido consolidándose, pero también ha enfrentado cuestionamientos sobre su capacidad para articular un programa que integre las demandas sociales con la gobernabilidad que Chile requiere.
En conclusión, el abrazo entre Boric y Jara fue menos un acto de celebración y más una puesta en escena del complejo escenario político actual. Reveló las tensiones, las esperanzas y las contradicciones de un progresismo que busca definirse a sí mismo en un momento crucial.
La verdad que emerge es que la continuidad no es una línea recta ni un simple relevo, sino un proceso en construcción donde cada actor debe confrontar su legado, sus alianzas y sus límites. Chile observa, expectante, cómo esta historia se seguirá escribiendo en los próximos meses, con la ciudadanía como testigo y juez final.