Han pasado más de dos meses desde aquella tarde fría y sin aire del 10 de junio en El Alto, Bolivia. El pitazo final que sentenció el 2-0 en contra y la eliminación de Chile del Mundial 2026 no generó la histeria de otras derrotas. En su lugar, se instaló un silencio pesado, casi administrativo; la crónica de una muerte anunciada que resonó desde los 4.150 metros de altitud hasta el último rincón del país. Hoy, con la inmediatez del fracaso ya decantada, es posible analizar las capas de una crisis que va mucho más allá de un mal resultado. La caída en El Alto no fue la causa del colapso, sino el escenario donde se certificó el fin de una era y se expusieron las grietas estructurales del fútbol chileno.
El ciclo de Ricardo Gareca, que comenzó en enero de 2024 con la promesa de recuperar la competitividad perdida, terminó con el técnico argentino ostentando el peor rendimiento en la historia de la selección en partidos oficiales, con apenas un 8,3% de efectividad en las eliminatorias. La apuesta por el "Tigre", un técnico de cartel internacional, se desmoronó ante una realidad ineludible: la alarmante sequía de goles y la incapacidad de construir un funcionamiento colectivo sólido.
La agonía se hizo evidente en la última fecha doble. La derrota ante Argentina en Santiago, el 5 de junio, fue un presagio. Pese a un segundo tiempo decoroso, el equipo mostró una fragilidad que el propio presidente de la ANFP, Pablo Milad, definió como un proceso cuyo "inicio del fin" había ocurrido mucho antes, con puntos perdidos en casa ante rivales directos. La clasificación, admitió, estaba "muy cerca" de perderse.
El partido en El Alto fue el acto final. Chile llegó con la obligación matemática y moral de ganar, pero fue superado por un rival que, con orden y pragmatismo, explotó las debilidades de un equipo sin respuestas anímicas ni futbolísticas. La eliminación, a falta de dos fechas para el cierre, no fue una sorpresa, sino la consecuencia lógica de una campaña que acumuló ocho derrotas en catorce partidos y una diferencia de gol de -12.
El análisis del colapso revela un mosaico de responsabilidades y perspectivas que chocan entre sí, impidiendo una narrativa única.
El fracaso para clasificar a Norteamérica 2026 no puede entenderse sin mirar los procesos fallidos hacia Rusia 2018 y Qatar 2022. Lo que entonces parecía un tropiezo, hoy se revela como un problema sistémico. El éxito de las Copas América de 2015 y 2016 generó una complacencia que enmascaró la falta de trabajo en las divisiones inferiores y la precaria estructura de competencia del torneo local. Mientras el país celebraba, no se construía el futuro.
La crisis actual es, en gran medida, el resultado de esa inacción. La falta de delanteros competitivos, de laterales con proyección y de un mediocampo con la dinámica que exige el fútbol moderno no es un problema de un solo técnico, sino el reflejo de una década de planificación deficiente.
Dos meses después, el silencio de El Alto se ha transformado en un murmullo de debates internos. La ANFP busca un nuevo seleccionador, pero la discusión en círculos especializados, en la prensa y entre los hinchas más reflexivos apunta más alto. ¿Debe el nuevo técnico ser un gestor que lidere una reconstrucción total o un estratega que intente un milagro con los recursos disponibles? ¿Cómo se reformará el campeonato nacional para que sea una plataforma de desarrollo y no un obstáculo?
La eliminación, dolorosa como fue, ha abierto una ventana de oportunidad para una introspección forzosa. El fin de la era más gloriosa del fútbol chileno obliga a mirar hacia adentro, a cuestionar los cimientos y a aceptar que el camino de regreso será largo y requerirá mucho más que un cambio de nombres. Requerirá un cambio de mentalidad.