
El temblor que no llegó a Chile, pero sí a la opinión pública.
El 23 de junio de 2025, un sismo de magnitud 6.5 sacudió las aguas frente a la isla de Mindanao, en Filipinas, a 10 km de profundidad y a 374 km al este de Baculin. A pesar de su intensidad, no se reportaron daños significativos ni víctimas. Sin embargo, su repercusión trascendió la región asiática, llegando hasta las costas chilenas, donde el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada (SHOA) emitió un comunicado que descartó la posibilidad de tsunami para Chile.
Este episodio ha puesto en relieve no solo la naturaleza de los eventos sísmicos en el Anillo de Fuego del Pacífico —zona que registra alrededor de 7,000 movimientos telúricos al año— sino también las complejidades y desafíos que enfrenta Chile en materia de comunicación y gestión de riesgos.
Desde el gobierno, el SHOA defendió su actuación como responsable y basada en evidencia científica clara, enfatizando que las características del sismo no cumplían las condiciones para generar un tsunami en las costas nacionales. "La decisión se fundamentó en parámetros técnicos rigurosos", aseguraron desde la entidad.
Por otro lado, sectores de la sociedad civil y expertos en gestión de riesgos expresaron inquietudes sobre la transparencia y el tiempo de respuesta en la difusión de información. Algunos académicos y organizaciones regionales señalaron que la incertidumbre y la falta de un protocolo de comunicación más ágil podrían aumentar la ansiedad ciudadana en futuros eventos.
"No es solo la precisión técnica, sino cómo se comunica a la población lo que marca la diferencia en la percepción y reacción ante emergencias", afirmó la investigadora en ciencias sociales de la Universidad de Chile, Marcela Fuentes.
En Filipinas, el sismo pasó casi inadvertido para la mayoría, dado que no provocó daños y ocurrió en una zona marítima. Sin embargo, en Chile, país con una historia marcada por tsunamis devastadores, la noticia activó un debate nacional sobre la preparación y la confianza en las instituciones responsables.
Además, expertos internacionales en sismología y gestión de desastres han destacado que el intercambio de información entre países es vital para anticipar riesgos y coordinar respuestas. En este sentido, el episodio subraya la necesidad de fortalecer redes multinacionales y la cooperación en tiempo real.
El sismo de Filipinas no representó un peligro para Chile, pero sí evidenció la tensión entre la ciencia, la comunicación pública y la percepción ciudadana. La claridad en los mensajes oficiales y la inclusión de múltiples voces en el debate son esenciales para construir confianza y reducir la ansiedad informativa.
Este caso confirma que los desafíos no solo residen en anticipar los fenómenos naturales, sino en gestionar sus repercusiones sociales y políticas. La transparencia, la pluralidad de perspectivas y la preparación integral son las mejores herramientas para enfrentar el ciclo eterno de la incertidumbre sísmica.
En definitiva, el episodio es un recordatorio de que en el vasto escenario del Pacífico, donde se cruzan fuerzas naturales y humanas, la tragedia puede evitarse, pero la catarsis colectiva solo se resuelve con diálogo informado y responsable.
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Fuentes: Agencia EFE, SHOA, Universidad de Chile, expertos en gestión de riesgos.