
El tablero geopolítico global experimenta un vuelco inesperado. A finales de noviembre de 2025, Estados Unidos presentó un plan de paz para Ucrania que, lejos de buscar un consenso multilateral, se impuso unilateralmente a Kiev y sus aliados europeos. La propuesta, compuesta por 28 puntos, incluye concesiones territoriales inéditas, como el control ruso sobre la región del Donbás y partes aún en manos ucranianas, así como la renuncia perpetua de Ucrania a ingresar en la OTAN. Esta oferta ha colocado a Ucrania en una encrucijada política y militar sin precedentes desde el inicio de la invasión rusa en 2022.
La Casa Blanca, bajo el liderazgo de Donald Trump, ha marcado un cambio estratégico claro. En un giro que muchos interpretan como un abandono de la vieja guerra europea, Washington busca liberar recursos militares para reorientar su atención hacia América Latina, con Venezuela como nuevo foco de presión y despliegue. “El ‘liderazgo’ de Ucrania ha expresado cero gratitud por nuestros esfuerzos, y Europa sigue comprando crudo a Rusia”, declaró Trump, acusando además a Kiev de ser “desagradecido” y lanzando un ultimátum para aceptar el plan antes del jueves, bajo la amenaza de retirar el apoyo militar y la colaboración de inteligencia vital para la defensa ucraniana.
Este ultimátum ha tensado aún más las relaciones entre Estados Unidos y Ucrania, y ha generado fuertes críticas en Europa. La cumbre del G-20 en Johannesburgo evidenció la división: los líderes europeos consideran que la propuesta es insuficiente y requiere más trabajo antes de ser viable. En Ginebra, las negociaciones se desarrollan en un clima de incertidumbre, con la delegación ucraniana evaluando las condiciones que implican una reducción drástica de sus fuerzas armadas y una cesión territorial que muchos califican de inaceptable.
Desde el punto de vista ucraniano, la propuesta es vista como una imposición que sacrifica la soberanía y la integridad territorial del país. Representantes de Kiev han expresado su rechazo a un plan que no fue negociado ni consultado, y que ignora la voluntad popular y el sufrimiento acumulado tras años de conflicto. La presión estadounidense ha sido interpretada por algunos sectores como un acto de realpolitik que desatiende la complejidad del conflicto y las aspiraciones ucranianas.
Por otro lado, la administración estadounidense, a través de figuras como el secretario de Estado Marco Rubio y el enviado especial Steve Witkoff, ha intentado matizar la presión, calificando el plan como un punto de partida y no una oferta definitiva. Sin embargo, la ambigüedad no ha logrado disipar la percepción de un ultimátum que podría redefinir el equilibrio de poder en Europa y América Latina.
Este escenario ha abierto un debate profundo sobre la naturaleza y los límites de la influencia estadounidense en los conflictos internacionales. Mientras Washington se prepara para un reajuste estratégico, desplazando su foco hacia la región latinoamericana, la guerra en Ucrania queda en una situación precaria, con consecuencias imprevisibles para la estabilidad europea y mundial.
La historia reciente muestra que la guerra de Ucrania, iniciada en 2022, no solo ha sido un conflicto militar sino también un campo de batalla diplomático donde se juegan intereses globales y regionales. La nueva propuesta estadounidense revela que la paz puede ser también una moneda de cambio, condicionada por prioridades geopolíticas que a menudo relegan las voces y sufrimientos de los directamente afectados.
En conclusión, el plan de paz de Estados Unidos para Ucrania representa un punto de inflexión en la guerra y en la política internacional. Las presiones de Washington a Kiev, la respuesta crítica europea y la incertidumbre ucraniana configuran un escenario de alta tensión y decisiones trascendentales. La apuesta estadounidense por América Latina, con Venezuela en el centro, añade una capa más a este complejo tablero donde la diplomacia, la fuerza y la estrategia se entrelazan, dejando al descubierto las tensiones y contradicciones del orden mundial contemporáneo.