
El reciente debate presidencial entre Carolina Tohá, precandidata del Socialismo Democrático, y el Partido Comunista (PC) no solo fue un choque de propuestas, sino una exhibición pública de tensiones profundas que han ido madurando en los últimos meses. El 18 de junio de 2025, Tohá declaró en una entrevista que no apoyaba un gobierno dirigido por el PC, lo que desató una ola de críticas desde esa colectividad y también molestia dentro del Partido Socialista, uno de sus aliados clave.
El presidente del Partido Radical, Leonardo Cubillos, salió en defensa de Tohá el 20 de junio, emplazando al PC a "ponerse a la altura de un debate presidencial". Cubillos enfatizó que cuestionar las propuestas del PC no equivale a ser anticomunista, sino que forma parte del derecho a disentir en democracia. Sin embargo, su crítica fue dura: acusó al PC de esconderse en la victimización y de presentar ideas "malas" en materia de seguridad y economía, además de señalar su apoyo a regímenes como Cuba y Venezuela.
Este intercambio no es solo una disputa retórica. Refleja la complejidad de una coalición fragmentada, donde las alianzas históricas se tensionan frente a la presión electoral y las diferencias ideológicas. Por un lado, Tohá ha trabajado durante años con el PC y ha defendido al partido ante ataques externos, pero por otro, no duda en marcar distancia cuando considera que sus propuestas no son viables o coherentes con su visión de gobierno. "No acepto que se me ponga el título de anticomunista. He trabajado toda mi vida con el Partido Comunista... pero tener diferencias no es ser anticomunista", afirmó la exministra.
Desde el PC, la respuesta ha sido una mezcla de rechazo y advertencia. El partido insiste en que el debate debe centrarse en las propuestas y no en ataques personales o intentos de marginar su influencia en la izquierda. Sin embargo, la tensión ha generado cuestionamientos internos sobre la estrategia electoral y la necesidad de cohesionar un bloque que hasta ahora ha mostrado fisuras evidentes.
En el plano electoral, estas disputas pueden tener consecuencias visibles. La candidata comunista Jeannette Jara ha aventajado en las encuestas a Tohá, lo que añade presión para que el Socialismo Democrático clarifique su posición y fortalezca su base. La disputa también ha sido observada con atención por otros partidos de la coalición, como el Partido Liberal y el Partido Radical, que buscan evitar que las diferencias internas debiliten la oposición frente a la derecha.
Desde una perspectiva regional, la controversia ha tenido repercusiones en territorios donde el PC mantiene fuerte arraigo, especialmente en el sur y sectores urbanos con alta movilización social. La percepción ciudadana oscila entre el respaldo a una izquierda unida y el rechazo a las disputas públicas que parecen distraer de las problemáticas reales del país.
En suma, este episodio desnuda una verdad incómoda: la izquierda chilena enfrenta una encrucijada entre mantener la unidad y respetar la diversidad interna. Las declaraciones de Tohá y la reacción del PC evidencian que el debate presidencial no es solo sobre propuestas, sino sobre quién define la identidad y el rumbo del bloque. La consecuencia inmediata es una mayor polarización interna, pero también una oportunidad para que los actores políticos reconfiguren sus estrategias y dialoguen desde la franqueza y la pluralidad.
Finalmente, el desafío para la izquierda será encontrar un equilibrio entre la confrontación legítima y la construcción de mayorías amplias, sin que las disputas públicas erosionen la confianza ciudadana. Como señaló Cubillos, "Si debatir con el PC o sus ideas te hace anticomunista, es imposible construir mayorías". La pregunta que queda en el aire es si el bloque podrá superar esta prueba antes de la elección presidencial, o si sus fracturas internas terminarán por definir el resultado electoral.