A más de dos meses de que la denuncia por abuso sexual y violación contra el entonces subsecretario del Interior, Manuel Monsalve, sacudiera el corazón del poder ejecutivo, el estruendo inicial ha dado paso a un análisis más sosegado de sus profundas implicancias. Lo que comenzó como una grave acusación penal ha mutado, convirtiéndose en un caso de estudio sobre la confianza institucional, los límites de la vida privada en la función pública y la capacidad del sistema judicial para operar con independencia frente a figuras de alto perfil. La historia ya no es solo sobre un hecho puntual, sino sobre las fisuras que este reveló en la estructura de poder y probidad del Estado.
La evolución del caso ha transitado por múltiples carriles. En el ámbito judicial, la defensa de Monsalve enfrentó un duro revés a fines de abril, cuando la Corte de Apelaciones de Santiago rechazó de manera unánime un recurso de amparo que buscaba su libertad. El tribunal no solo desestimó la acción por considerarla improcedente —la vía correcta era una apelación—, sino que la calificó como una "reprochable práctica" para forzar una tercera instancia judicial inexistente. La resolución validó la decisión de mantener la cautelar, argumentando el peligro para la investigación, especialmente por antecedentes como el borrado de información clave del teléfono del imputado.
Fue precisamente el contenido de ese teléfono el que desvió el foco del caso desde lo estrictamente penal hacia una crisis política y de confianza. Un reportaje televisivo reveló que, desde su celular, Monsalve había buscado servicios de acompañantes. La revelación fue una bomba. El actual Ministro de Seguridad, Luis Cordero, quien asumió parte de las funciones de Monsalve, declaró que tal conducta, aunque privada, "expone la función pública". Sus palabras resonaron con un principio fundamental del estatuto administrativo: la obligación de mantener una vida social acorde a la "dignidad del cargo". La discusión se instaló: ¿puede la máxima autoridad a cargo de perseguir delitos como la trata de personas —a menudo ligada al comercio sexual— incurrir en conductas que lo exponen a riesgos y comprometen su rol? La pregunta erosionó la credibilidad no solo del exsubsecretario, sino de la institución que representaba.
Paralelamente, la investigación administrativa a cargo de la Contraloría General de la República comenzó a filtrar testimonios que humanizaban y complejizaban la narrativa. Colegas de la denunciante y de Monsalve en La Moneda describieron el comportamiento del exsubsecretario en los días posteriores al hecho como "errático" e "inseguro", una notable desviación de su habitual compostura. Estos relatos, provenientes de testigos como Ricardo Lillo, pintaron un cuadro de tensión y nerviosismo en los pasillos del poder. A esto se sumó la dificultad para reconstruir la noche de los hechos, con un testigo clave —el garzón del restaurante "Ají Seco" cuya descripción coincidía con la de la denunciante— habiendo abandonado el país con rumbo desconocido, dejando un vacío en la investigación.
El caso Monsalve se ha convertido en un prisma que refleja distintas visiones:
Este caso no es un hecho aislado. Se inscribe en un contexto nacional y global de mayor escrutinio sobre la conducta de las autoridades y de tolerancia cero hacia el abuso de poder. La intersección entre una acusación de violencia de género, el poder político y la probidad funcionaria ha obligado a una reflexión incómoda pero necesaria.
A la fecha, el proceso judicial sigue su curso. Manuel Monsalve, tras un cambio en su medida cautelar a arresto domiciliario, se recupera de una intervención quirúrgica. La investigación se acerca a su fin, y el caso se encamina hacia una eventual preparación de juicio oral. Sin embargo, las consecuencias políticas y el debate sobre la ética en el servicio público ya han dejado una marca indeleble. El "Caso Monsalve" trascendió la crónica roja para instalarse como un capítulo fundamental en la discusión sobre qué estándares de conducta y transparencia la sociedad chilena exige a quienes detentan el poder.