Santiago, Chile – Han pasado más de 90 días desde que el holding gastronómico Unifood anunciara una decisión que caló hondo en el imaginario nacional: la puesta en venta de su unidad de negocios más emblemática, las heladerías Savory. Lo que en julio fue un titular financiero de alto impacto, hoy, con la distancia del tiempo, se revela como la crónica de una muerte anunciada y un profundo síntoma de las tensiones que atraviesan la economía y la cultura de consumo en Chile. La cuchara con la que miles de familias compartieron un postre de domingo se ha quebrado, y la pregunta que queda en el aire es si alguien podrá, o querrá, repararla.
Para entender por qué un ícono como Savory terminó con el cartel de "Se Vende", es necesario analizar la trayectoria de su operador, Unifood. Controlado desde 2016 por el fondo costarricense Mesoamérica, el grupo, que también maneja las cadenas Pollo Stop, Pedro, Juan & Diego y XS Market, se embarcó en una ambiciosa expansión. Sin embargo, la tormenta perfecta no tardó en llegar.
El estallido social de 2019 y la posterior pandemia de COVID-19 golpearon con dureza sus operaciones, concentradas en centros comerciales y locales a pie de calle. En 2023, ahogado por pasivos que superaban los $45 mil millones, Unifood se acogió a un proceso de reorganización judicial para sus tres principales marcas. Aunque el plan fue aprobado por los acreedores en 2024, la realidad económica se impuso. A principios de 2025, la compañía fue acusada de incumplir los términos del acuerdo, un presagio de que la estrategia no estaba funcionando.
La decisión final, comunicada en julio, fue un movimiento de ajedrez doloroso pero pragmático: sacrificar una pieza para salvar el resto del tablero. La venta de la operadora de heladerías Savory (Ice Cream SpA) se convirtió en la única vía para intentar asegurar la sostenibilidad del resto del grupo. Este caso resuena con el reciente y estrepitoso final de las multitiendas Corona, que tras un intento fallido de reorganización, anunció su liquidación total, dejando a 1.800 trabajadores a la deriva y cerrando 50 años de historia. Ambos casos ilustran una dura lección: en el Chile post-pandemia, la tradición y el cariño de marca no son suficientes para garantizar la viabilidad.
Aquí es donde el análisis puramente económico se queda corto. Savory no es solo una cadena de helados; es un activo cultural. Es la imagen del perro con el gorro de marinero, el sabor del "Chocolito" o la "Copa Centella" en una tarde de verano, el premio después de un paseo por la playa. Para muchos, representa un anclaje emocional a la infancia y a una idea de simpleza y disfrute familiar que parece cada vez más lejana.
Este conflicto entre el valor financiero y el valor simbólico evoca los desafíos de otras industrias nacionales, como la vitivinícola. Expertos como Eduardo Barrueto, académico de la U. Andrés Bello, señalan que el vino chileno sufre por competir en volumen y bajo precio en lugar de construir un relato y un valor percibido más alto. Savory enfrenta una encrucijada similar. Su modelo, atrapado en un espacio intermedio —ni low-cost ni gourmet—, luchaba por ser rentable frente a la competencia de heladerías artesanales de nicho y las ofertas económicas de supermercado.
La venta forzada plantea una disonancia cognitiva para el ciudadano: se comprende la lógica empresarial de la supervivencia, pero se lamenta la pérdida de un referente. ¿Es posible que un nuevo operador compre no solo los locales, sino también el compromiso de mantener vivo ese espíritu? ¿O estamos destinados a ver cómo estos espacios se convierten en farmacias, locales de comida rápida genérica o simplemente quedan vacíos?
El caso Savory no es un hecho aislado. Es el reflejo de un ecosistema empresarial en plena transformación. Mientras algunas empresas como Grupo Patio logran reestructurarse con éxito volviendo a su negocio central y liquidando activos no estratégicos, otras, como Corona y ahora una parte de Unifood, sucumben.
La discusión trasciende el balance financiero. Toca fibras sobre el modelo de desarrollo, el aumento de los costos operativos y una clase media que ajusta su consumo. La venta de las heladerías Savory es, en última instancia, una conversación sobre qué estamos dispuestos a perder en el camino hacia la eficiencia económica. La marca, propiedad de Nestlé, seguirá existiendo en los congeladores de los supermercados. Pero la experiencia, el ritual de ir a la heladería, ese pequeño lujo democrático, es lo que hoy está en juego.
El futuro de los más de 250 puntos de venta es incierto. El proceso de venta está en marcha, y con él, la batalla por el alma de un ícono. La cuchara está rota, y el país observa, con una mezcla de pragmatismo y nostalgia, para ver quién tendrá la voluntad y la visión de volver a unir las piezas.