A más de dos meses de las primarias oficialistas del 29 de junio, el sismo político que provocaron sigue reconfigurando el terreno. La victoria de Jeannette Jara (PC) no fue un mero resultado electoral; fue la consolidación de un nuevo epicentro de poder en la izquierda chilena. Con una contundencia que sorprendió a analistas y a sus propios contendores, la exministra del Trabajo se alzó con más del 60% de los votos, dejando atrás no solo a sus rivales, sino también a una era de hegemonía del Frente Amplio (FA) y del Socialismo Democrático (SD).
Hoy, con la carrera presidencial en marcha, las consecuencias de esa jornada son visibles: una izquierda liderada por el Partido Comunista por primera vez en 25 años, un Frente Amplio sumido en una profunda crisis de identidad y una centroizquierda tradicional enfrentada al dilema de apoyar un proyecto que, para muchos de sus históricos, resulta ajeno.
La noche del 29 de junio tuvo dos caras. Por un lado, la celebración en el comando de Jara, cuya campaña logró movilizar a una base que, según análisis posteriores, multiplicó por casi 15 veces el padrón de militantes de su partido. Fue una demostración de disciplina y capacidad organizativa que contrastó fuertemente con la desafección que golpeó a sus competidores.
La otra cara fue la de la derrota. Para el Frente Amplio, fue una "debacle", como la calificó la prensa. Su candidato, el diputado Gonzalo Winter, apenas superó el 11% de los votos. El dato es demoledor: el partido del Presidente Gabriel Boric perdió el 88% del caudal de votos que el propio mandatario había conseguido en las primarias de 2021. En comunas emblemáticas para el FA, como Ñuñoa, la votación de Winter apenas superó en 182 sufragios a la cantidad de militantes inscritos, una señal inequívoca de que ni su propia base se movilizó por él. La derrota de Carolina Tohá (PPD), aunque menos catastrófica en números (27.72%), fue igualmente significativa, pues representó el fracaso del Socialismo Democrático en su intento por liderar la coalición y moderar su rumbo.
El triunfo de Jara desató una serie de realineamientos y fracturas que hoy definen el escenario. Lejos de una unidad automática, el oficialismo entró en un período de tensión y negociación.
El resultado de la primaria no puede entenderse como un hecho aislado. Es el corolario de un ciclo político marcado por las altas expectativas del estallido social de 2019, los dos procesos constitucionales fallidos y el desgaste del gobierno del Presidente Boric. La elección funcionó como un referéndum sobre las dos almas del oficialismo. El electorado de izquierda pareció castigar la gestión del Frente Amplio, percibida por algunos como errática o insuficiente, y premiar la coherencia y capacidad de movilización del Partido Comunista, que supo capitalizar su rol como pilar de reformas clave desde el Ministerio del Trabajo.
Hoy, la candidatura de Jeannette Jara avanza, pero sobre un camino lleno de complejidades. Su principal desafío es transformar una victoria de nicho, por contundente que fuera, en una mayoría nacional. Para ello, debe resolver la cuadratura del círculo: mantener el fervor de su base, que votó por un programa de cambios profundos como el fin de las AFP, mientras suma a los sectores moderados y de centro que la miran con desconfianza. La unidad de la izquierda y la centroizquierda, que en el papel parece sellada, en la práctica es un pacto frágil que será puesto a prueba en cada etapa de la campaña presidencial. La "Jaraneta" está en marcha, pero su llegada a La Moneda dependerá de su habilidad para navegar un mapa político que ella misma contribuyó a redibujar.