
En medio de una escalada bélica que ha tensado la región de Medio Oriente desde junio de este año, los mercados internacionales han desplegado una dinámica que, a primera vista, podría parecer contradictoria: mientras los misiles surcan el cielo sobre Tel Aviv y Haifa, los precios del petróleo Brent y WTI han caído o se han mantenido estables, y el oro, tradicional refugio ante crisis, ha registrado una baja del 0,57%. Esta aparente calma, sin embargo, esconde una compleja maraña de fuerzas políticas, económicas y sociales que han ido tomando forma en las últimas semanas.
El conflicto iniciado entre Israel e Irán, con ataques que dejaron decenas de víctimas mortales y amenazas de escalada por ambos lados, ha puesto a prueba la capacidad de resistencia y reacción de los mercados globales. La cumbre del G7 en Canadá, celebrada en paralelo, sirvió como escenario para que los líderes occidentales evaluaran la posibilidad de una intervención directa de Estados Unidos y sus aliados, mientras que el presidente Trump señalaba que "a veces tienen que resolverlo por la fuerza", dejando abierta la puerta a un mayor involucramiento militar.
Desde una perspectiva política, la tensión ha dividido opiniones. Por un lado, sectores conservadores en Estados Unidos y Europa abogan por una postura firme que incluya sanciones y apoyo militar a Israel, mientras que voces más moderadas y pacifistas llaman a la diplomacia y a evitar una guerra regional que podría desestabilizar aún más la economía global. En América Latina, y particularmente en Chile, la reacción ha sido cautelosa, con sectores sociales y políticos que temen un efecto dominó en los precios internacionales y en la seguridad energética.
Económicamente, la caída del precio del petróleo a niveles cercanos a los US$ 70 por barril (WTI) y del oro, pese a la crisis, refleja una mezcla de factores: la percepción de que la guerra podría ser contenida, la sobreoferta en el mercado y la expectativa de que bancos centrales, incluyendo la Fed, mantendrán políticas monetarias restrictivas para controlar la inflación, reduciendo el atractivo de activos refugio.
Analistas del Diario Financiero han destacado esta "resiliencia" como un fenómeno poco común en conflictos de esta naturaleza, atribuyéndola a la complejidad geopolítica y a la incertidumbre sobre la duración y alcance del conflicto.
Sin embargo, esta calma en los mercados no es homogénea. En Chile, la preocupación por la reforma tributaria impulsada desde Estados Unidos, que incluye nuevos impuestos a extranjeros, ha encendido alertas entre inversionistas, complicando el panorama para la entrada de capitales. Además, sectores productivos locales advierten que un conflicto prolongado podría generar presiones inflacionarias y encarecimiento de insumos básicos.
En el plano social, la percepción ciudadana en Chile es ambivalente. Por un lado, existe una creciente conciencia sobre la interdependencia global y la vulnerabilidad ante crisis internacionales. Por otro, hay escepticismo sobre la capacidad de los gobiernos para manejar tanto la seguridad como la economía en escenarios de alta tensión.
A cinco meses del inicio de las hostilidades, el balance muestra un mercado que ha aprendido a convivir con la incertidumbre, pero no sin tensiones subyacentes. La volatilidad podría volver a la escena si las hostilidades se intensifican o si intervenciones externas modifican el equilibrio actual.
En conclusión, la crisis en Medio Oriente y su impacto en los precios del petróleo y el oro evidencian una compleja interacción entre política, economía y sociedad. La aparente estabilidad financiera es una tregua frágil, sostenida por la esperanza de una resolución diplomática y el manejo prudente de los bancos centrales. La lección para Chile y el mundo es clara: la globalización ha hecho que ningún conflicto sea local, y la preparación para escenarios inciertos es más necesaria que nunca.