
Un invierno que no dejó indiferente a Chile. Desde mediados de junio hasta fines de septiembre, el país vivió un episodio climático marcado por temperaturas bajo lo normal y lluvias que superaron los promedios históricos en varias regiones. El fenómeno, anticipado por el modelo ECMWF a mediados de junio, se materializó con una intensidad y duración que puso a prueba la resiliencia de sectores productivos, comunidades rurales y autoridades locales.
El 15 de junio, el Centro Europeo de Predicción Meteorológica a Plazo Medio (ECMWF) proyectó un aumento significativo de lluvias y un descenso térmico marcado, especialmente en las regiones del norte y centro-norte. Estas condiciones se tradujeron en heladas frecuentes, escarcha y precipitaciones que, en algunos sectores, superaron los 30 mm por encima del promedio mensual.
Sin embargo, la distribución del fenómeno no fue homogénea. Mientras la zona central y sur experimentaron un invierno húmedo y frío, el extremo sur, particularmente Magallanes, registró un déficit pluviométrico importante, fenómeno atribuido al persistente anticiclón bloqueador en el extremo austral.
Desde el ámbito político y gubernamental, la respuesta fue diversa. El Ministerio de Agricultura destacó la importancia de la previsión meteorológica para anticipar y mitigar daños en cultivos sensibles al frío y exceso hídrico. Por otro lado, municipios rurales denunciaron falta de recursos y coordinación para enfrentar las emergencias locales, como caminos intransitables y cortes eléctricos prolongados.
Los agricultores, especialmente en las regiones de O’Higgins, Maule y Ñuble, vivieron un invierno de contrastes. “Las heladas afectaron la producción de frutas tempranas, pero las lluvias también ayudaron a recuperar niveles de humedad en suelos que venían deteriorados,” relató un representante de la Asociación de Pequeños Agricultores de Talca.
En el mundo académico y científico, las interpretaciones también variaron. Algunos climatólogos enfatizaron que este invierno confirma tendencias de mayor variabilidad y extremos asociados al cambio climático, mientras otros alertaron sobre la necesidad de mejorar los modelos predictivos para zonas específicas, dada la heterogeneidad observada.
El impacto no se limitó al agro: las lluvias intensas provocaron interrupciones en la movilidad urbana y rural, afectando el transporte y la conectividad. En salud pública, se registró un aumento en las consultas por enfermedades respiratorias, vinculadas al frío persistente y la humedad elevada.
Además, la infraestructura vial y energética enfrentó desafíos significativos, con daños en rutas secundarias y cortes de suministro que evidencian la necesidad de fortalecer la gestión de riesgos climáticos.
Este episodio climático ha dejado claras verdades: Chile enfrenta una realidad de extremos climáticos que demandan respuestas adaptativas multidimensionales y coordinadas. La experiencia reciente pone en evidencia la complejidad de gestionar territorios con condiciones tan variables y la urgencia de integrar perspectivas regionales, sociales y científicas en las políticas públicas.
Mientras algunos sectores celebran la recuperación hídrica y la mitigación de sequías, otros advierten sobre las vulnerabilidades expuestas y la necesidad de inversión en infraestructura y sistemas de alerta temprana.
En definitiva, el invierno 2025 no solo fue un desafío meteorológico, sino un espejo que refleja las tensiones y oportunidades en la relación entre sociedad y naturaleza, invitando a un debate profundo y plural sobre el futuro climático de Chile.
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Fuentes consultadas: Centro Europeo de Predicción Meteorológica a Plazo Medio (ECMWF), Ministerio de Agricultura, asociaciones regionales de agricultores, informes meteorológicos de Meteored, análisis de expertos en cambio climático de universidades nacionales.
2025-10-24
2025-09-02