
Entre el 15 de junio y el 20 de septiembre de 2025, la Región Metropolitana experimentó dos eventos de lluvias y vientos que, lejos de ser episodios aislados, evidenciaron las tensiones acumuladas en la gestión urbana y ambiental de Santiago.El 15 de junio, un sistema frontal trajo precipitaciones de hasta 40 milímetros y vientos con ráfagas de hasta 70 km/h en zonas cordilleranas. Apenas tres meses después, el 20 de septiembre, otro frente dejó lluvias persistentes, con acumulados entre 5 y 15 milímetros, prolongándose hasta la madrugada del domingo siguiente.Ambos eventos afectaron la movilidad, la infraestructura y la vida cotidiana de millones.
Desde la perspectiva técnica, la Dirección Meteorológica de Chile (DMC) y expertos en climatología han señalado que estos fenómenos responden a patrones estacionales y a la influencia de sistemas frontales propios del invierno austral. Sin embargo, la discusión pública ha ido más allá del clima.
"No es solo la lluvia, es cómo la ciudad está preparada para recibirla", señaló un urbanista consultado, enfatizando que las inundaciones y cortes de suministro eléctrico reflejan años de planificación insuficiente y desigualdad territorial.
En el debate político, las voces se polarizan. Por un lado, sectores gubernamentales y municipales han defendido las inversiones recientes en obras de mitigación, señalando avances en el drenaje pluvial y la gestión de emergencias. Por otro, partidos de oposición y organizaciones sociales critican la falta de una política integral que considere el cambio climático y la vulnerabilidad de sectores periféricos.
"Estas lluvias revelan la brecha entre Santiago centro y las comunas más afectadas, donde la infraestructura es deficiente y la respuesta estatal lenta", afirmó una dirigente vecinal de Puente Alto.
El impacto social es palpable. Familias que enfrentan cortes eléctricos prolongados, daños en viviendas y dificultades para acceder a servicios básicos narran una realidad que evidencia la persistencia de desigualdades estructurales. Además, la percepción ciudadana sobre la gestión pública oscila entre la frustración y la resignación.
Desde el ámbito ambiental, especialistas advierten que estos episodios son una muestra anticipada de lo que podría intensificarse con el cambio climático: eventos extremos más frecuentes y severos que desafían la resiliencia urbana.
"No podemos seguir reaccionando a cada evento, necesitamos una estrategia de adaptación que integre ciencia, política y comunidad", concluyó una experta en cambio climático.
En definitiva, estas lluvias no solo han mojado las calles de Santiago, sino que han desnudado las fragilidades y desafíos de una metrópoli que debe repensar su relación con el entorno natural y social. La verdad que emerge es clara: la gestión del agua y del riesgo climático es una cuestión de justicia urbana y política pública, donde las decisiones de hoy definirán la calidad de vida de las próximas generaciones.
2025-09-02