Meses después de que la Contraloría General de la República diera luz verde al esperado reglamento de la Ley 21.553, conocida popularmente como 'Ley Uber', el sector de las aplicaciones de transporte vive una extraña paradoja. Lo que debía ser el punto de partida para la formalización de una industria que moviliza a millones de chilenos, se ha convertido en un limbo de incertidumbre. La ley, promulgada en abril de 2023, sigue sin entrar en vigencia porque su reglamento, el documento clave que detalla su aplicación, duerme a la espera de ser publicado en el Diario Oficial. Esta pausa ha transformado la expectación en una creciente preocupación para más de 100.000 conductores y las empresas que ven cómo el horizonte regulatorio, aunque definido, parece inalcanzable.
La aprobación del reglamento en abril de 2025 fue el hito que todos esperaban. Sin embargo, la ruta hacia la implementación se ha topado con un obstáculo fundamental: la brecha entre la norma escrita y la capacidad técnica para ejecutarla. El corazón del problema radica en la creación de un registro electrónico y una plataforma de software que el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones (MTT) debe desarrollar. Esta plataforma es crucial, ya que a través de ella las Empresas de Aplicación de Transportes (EAT) deben reportar en tiempo real información sensible: desde la identificación de cada conductor y vehículo hasta los detalles de cada viaje realizado.
A casi tres meses del visto bueno de Contraloría, las empresas del rubro, agrupadas en gremios como Alianza In, acusan una total falta de comunicación y de especificaciones técnicas por parte del MTT. Sin estas directrices, es imposible para ellas desarrollar las interfaces (API) necesarias para conectar sus sistemas con los del gobierno. El resultado es un punto muerto: el gobierno no publica el reglamento, posiblemente porque la infraestructura tecnológica no está lista, y las empresas no pueden prepararse para cumplir con una ley cuyas reglas de conexión desconocen.
La situación ha generado un cruce de declaraciones que evidencia la desconexión entre los actores.
El caso chileno no es aislado. Refleja un desafío global: cómo los Estados-nación, con sus aparatos regulatorios anclados en la era industrial, se adaptan a la velocidad disruptiva de la economía digital. La 'Ley Uber' es un intento de equilibrar la seguridad, los derechos laborales y la competencia leal con la flexibilidad y eficiencia que ofrecen las nuevas tecnologías.
Mientras la regulación general se estanca, el mercado sigue moviéndose. Un ejemplo es la reciente entrada de Cabify como operador oficial en el Aeropuerto de Santiago, con una inversión de 25 millones de dólares. Este hecho, que generó una reacción inmediata y acciones legales por parte de operadores tradicionales como Transvip, demuestra dos cosas: que las plataformas buscan activamente la formalización y que la competencia en el sector es intensa. La ley, precisamente, busca ser el árbitro de estas tensiones, pero su inaplicabilidad actual deja el campo de juego en un estado de ambigüedad.
La 'Ley Uber' ha transitado del debate legislativo a un cuello de botella administrativo. El tema ya no es si se debe regular, sino cómo y cuándo el Estado será capaz de implementar la regulación que él mismo diseñó. La pelota está firmemente en la cancha del Ministerio de Transportes, de quien depende la publicación del reglamento y la entrega de las herramientas técnicas para su cumplimiento. Hasta que eso no ocurra, la promesa de un transporte por aplicaciones seguro y formalizado seguirá siendo solo eso: una promesa atrapada en los engranajes de la burocracia.