Han pasado ya varios meses desde que 75.000 almas en Cardiff, Gales, presenciaron lo que por 16 años pareció un imposible: Noel y Liam Gallagher compartiendo un escenario. El impacto inicial, alimentado por una mezcla de euforia y escepticismo, ha decantado. Hoy, con la gira mundial “Live’25” en pleno apogeo y su fecha en Chile marcada en el calendario de noviembre, es posible analizar con distancia la anatomía de una de las reuniones más complejas y esperadas de la música contemporánea. Más que una simple reconciliación, el regreso de Oasis se revela como un entramado de pragmatismo profesional, presiones familiares y, sobre todo, un monumental negocio impulsado por la nostalgia.
La cronología del retorno comenzó a tejerse en abril, cuando los hermanos fueron vistos en un club obrero de Londres, grabando material para una campaña publicitaria. Aunque llegaron y se fueron por separado, la imagen bastó para encender la mecha. En mayo, Noel Gallagher confirmaba los ensayos, y en junio, Liam tuiteaba con su característica arrogancia que el sonido era “brutalmente genial”. La maquinaria estaba en marcha.
El primer concierto, el 4 de julio, fue una clase magistral de cómo gestionar las expectativas. Los Gallagher salieron al escenario tomados de la mano, un gesto para la historia que, sin embargo, fue la única interacción cálida de la noche. Crónicas de medios como La Tercera y BioBioChile coincidieron en un punto clave: musicalmente, la banda sonaba impecable, enérgica y revitalizada, pero la dinámica entre los líderes era gélida. El guitarrista Paul “Bonehead” Arthurs, ubicado estratégicamente entre ambos, actuó como un simbólico amortiguador, un recordatorio físico de la frágil tregua.
El repertorio, cargado de himnos, demostró que las canciones habían envejecido mejor que la relación fraternal. La crítica británica fue unánime en sus elogios. The Guardian lo calificó con cinco estrellas como “un descarado viaje de regreso a los 90”, mientras que la BBC destacó un “sonido renovado y lleno de energía”. El producto era perfecto; la reconciliación, un asunto pendiente.
La narrativa sobre los catalizadores de la reunión es tan diversa como las fuentes que la informan. Por un lado, está la perspectiva familiar. Peggy Gallagher, madre de los músicos, declaró al Mail on Sunday haber sido la “instigadora” del reencuentro, una intervención maternal que humaniza el relato. “Nadie quiere que sus hijos se peleen”, afirmó, añadiendo una capa de drama doméstico al rock de estadios.
En contraste, Noel Gallagher ofreció una versión más ligada a la interna de la banda. Durante el segundo show en Cardiff, señaló a “Bonehead” Arthurs como el verdadero artífice. “Si no fuera por él, nada de esto habría sucedido”, dijo al presentarlo. Esta declaración posiciona la reunión no como un acto de sanación familiar, sino como una decisión mediada por la lealtad y la historia compartida con los miembros fundadores.
Finalmente, está la ineludible perspectiva económica. El anuncio de la gira desató un caos en las plataformas de venta de entradas, con sistemas colapsados y precios dinámicos que alcanzaron cifras exorbitantes, generando una fuerte polémica en el Reino Unido. Aunque posteriormente se liberaron más tickets para ciertas fechas —una medida que inicialmente no aplicó para Chile, según confirmó la productora DG Medios—, el episodio dejó en claro que la nostalgia es un activo extremadamente rentable. El regreso de Oasis es tanto un evento cultural como una operación comercial de escala masiva.
Para comprender la magnitud de este evento, es necesario recordar la virulencia de su separación en 2009 y los 16 años de insultos cruzados en prensa y redes sociales. Los hermanos no solo disolvieron una banda; construyeron una narrativa de odio fraternal que se convirtió en parte de su marca personal.
Hoy, esa narrativa ha sido puesta en pausa. La gira avanza con éxito por el mundo, demostrando que el legado musical de Oasis es más grande que el conflicto de sus creadores. El tema ya no es si se reconciliarán, sino qué significa esta tregua funcional. No es un final de cuento de hadas, sino una compleja negociación entre arte, ego y mercado. Oasis ha vuelto, no para sanar heridas en público, sino para reclamar su lugar en el panteón del rock, demostrando que, a veces, la música puede sonar más fuerte que el rencor.