El anuncio de un arancel del 50% sobre el cobre por parte de la administración Trump no es un hecho aislado, sino la señal más contundente de una transformación tectónica en el orden global. Durante décadas, el mundo operó bajo la premisa de una globalización creciente, donde la eficiencia y los costos dictaban las cadenas de valor. Ese paradigma se ha fracturado. Hoy, la seguridad nacional, la lealtad geopolítica y el control de recursos estratégicos son las nuevas fuerzas que moldean el comercio. Para una nación como Chile, cuya prosperidad se construyó sobre la apertura y la neutralidad comercial, este nuevo escenario no es solo un desafío económico, es una encrucijada existencial.
El futuro del comercio mundial se debate entre dos grandes escenarios. El primero, y más disruptivo, es la consolidación de dos bloques económicos antagónicos. Por un lado, un eje liderado por Estados Unidos, que busca repatriar industrias clave (“reshoring”) y comerciar preferentemente con aliados (“friend-shoring”), utilizando los aranceles como un muro y un arma. La Unión Europea, aunque reticente, parece resignada a negociar su lugar en este bloque, buscando exenciones para sus industrias vitales como la automotriz y farmacéutica. Por otro lado, el bloque BRICS+, liderado por China y con el respaldo de Rusia, se posiciona como una alternativa. Este grupo no solo representa un tercio del crecimiento económico mundial y controla vastos recursos energéticos y minerales, sino que activamente construye una arquitectura financiera paralela para reducir la dependencia del dólar y de las instituciones occidentales.
Un segundo escenario, menos catastrófico pero igualmente complejo, es el de una tregua pragmática. En esta visión, la retórica incendiaria de la guerra comercial sería principalmente una táctica de negociación. Los aranceles generalizados darían paso a una enmarañada red de acuerdos bilaterales y cuotas específicas. La disposición de la UE a aceptar un arancel base del 10% o la propia moderación de Trump en su guerra arancelaria inicial con China sugieren que el pragmatismo económico aún puede prevalecer sobre la ideología. Sin embargo, este camino no implica un retorno al pasado, sino la normalización de la incertidumbre, donde las reglas del juego son constantemente renegociadas al compás de los intereses de las grandes potencias.
Las visiones sobre este nuevo orden son irreconciliables, pues responden a intereses profundamente distintos:
La situación actual evoca patrones históricos, aunque con matices nuevos. Recuerda a la Guerra Fría, pero la interdependencia económica entre los bloques rivales es hoy inmensamente mayor, lo que hace que un desacople total sea mucho más costoso y complejo. También resuenan los ecos del proteccionismo de los años 30, que agravaron la Gran Depresión y demostraron cómo las guerras comerciales pueden derivar en conflictos mayores. La lección de la historia es que cuando las grandes potencias priorizan el poder sobre la prosperidad compartida, las naciones más pequeñas y abiertas son las primeras en sufrir las consecuencias.
Independientemente del escenario que finalmente se imponga, la tendencia dominante es clara: el mundo avanza hacia un orden económico más fragmentado, politizado y regionalizado. La eficiencia del modelo “just-in-time” será progresivamente sustituida por la resiliencia del “just-in-case”.
Para Chile, los riesgos son inmensos: la volatilidad en el precio de sus exportaciones, la pérdida de competitividad, la presión para elegir un bando y la erosión de un sistema multilateral que le ha servido bien. Sin embargo, también surgen oportunidades latentes. En un mundo hambriento de minerales críticos para la transición energética, Chile puede posicionarse como un proveedor estratégico y confiable para múltiples actores, siempre que logre una diplomacia hábil. La crisis podría, además, ser el catalizador definitivo para acelerar la diversificación económica y la agregación de valor a sus materias primas, un objetivo largamente postergado. El futuro de Chile no dependerá de predecir el próximo movimiento de las superpotencias, sino de construir la resiliencia y la agilidad estratégica para adaptarse a un mundo que ya cambió para siempre.