A más de un año de la trágica muerte del conscripto Franco Vargas durante una instrucción militar en Putre, el eco de la noticia inicial se ha transformado en un complejo entramado de consecuencias judiciales, políticas e institucionales. Lo que comenzó como una investigación interna del Ejército de Chile, hoy se ha convertido en una causa penal impulsada por el propio Estado, poniendo a prueba los mecanismos de rendición de cuentas de las Fuerzas Armadas y su relación con el poder civil. La muerte del joven de 19 años, ocurrida el 27 de abril de 2024, dejó de ser un evento aislado para convertirse en el catalizador de un debate nacional sobre la cultura, los protocolos y la supervisión del Servicio Militar en el Chile del siglo XXI.
La gestión inicial de la crisis por parte del Ejército fue objeto de intensas críticas. La demora en la entrega de información y la percepción de opacidad generaron un profundo malestar en la opinión pública y en el gobierno. La figura del Comandante en Jefe, Javier Iturriaga, quedó en el centro de la polémica, cuestionado por su manejo comunicacional y su aparente distancia en los primeros días del suceso. Esta tensión se hizo palpable un año después, durante las ceremonias de conmemoración. Mientras el Ministerio de Defensa organizaba un acto ecuménico y la Brigada “Huamachuco” realizaba una misa interna, la notoria ausencia de Iturriaga en ambos eventos fue interpretada por la familia de Franco Vargas como una "desilusión" y un gesto que profundizaba las heridas.
El punto de inflexión definitivo ocurrió en junio de 2025, cuando el Consejo de Defensa del Estado (CDE) interpuso una querella criminal contra cuatro funcionarios del Ejército. La acción judicial, dirigida contra los oficiales Bjorrn Wonllk, Michael Fritz, Claudio Guajardo y el suboficial Manuel Zambrano, imputa delitos de apremios ilegítimos y tratos vejatorios. A uno de los oficiales se le acusa, además, de falsificación de instrumento público, lo que sugiere un intento de alterar la narrativa oficial de los hechos. Esta querella no solo validó las denuncias de la familia y otros conscriptos sobre los maltratos sufridos, sino que también trasladó la responsabilidad desde el fuero militar a la justicia ordinaria, un paso fundamental en términos de transparencia y rendición de cuentas.
La evolución del caso ha expuesto las visiones y posturas de los distintos actores involucrados, revelando un complejo mapa de intereses y dolores:
La muerte de Franco Vargas no puede entenderse sin el contexto de la historia reciente de Chile y la compleja relación entre el poder civil y el mundo militar. El caso ha reabierto debates sobre la doctrina de seguridad, los derechos humanos al interior de los cuarteles y la vigencia del Servicio Militar obligatorio. La imputación de "tratos vejatorios" resuena con una larga historia de denuncias de abusos que, en el pasado, a menudo quedaban silenciadas por la propia estructura jerárquica y la justicia militar. La intervención del CDE es, en este sentido, un reflejo del fortalecimiento de las instituciones civiles y su capacidad para fiscalizar a estamentos históricamente autónomos.
El caso de Franco Vargas está lejos de concluir. Con la investigación penal en curso en la justicia civil, se inicia una nueva etapa que será determinante para establecer responsabilidades individuales e institucionales. El proceso judicial será observado de cerca como un precedente sobre cómo el Estado de Chile aborda las violaciones a los derechos humanos dentro de sus propias Fuerzas Armadas. Paralelamente, las reformas al Servicio Militar anunciadas por el gobierno deberán demostrar su eficacia en la práctica. La tragedia de Putre ha dejado una cicatriz profunda, pero también ha abierto una ventana de oportunidad para una reflexión crítica y una reforma estructural que garantice que la defensa de la patria nunca más se haga a costa de la dignidad y la vida de sus jóvenes.