Lo que comenzó en abril como una serie de manifestaciones ciudadanas en Los Ángeles contra las políticas migratorias de la administración Trump, se transformó, dos meses después, en un enfrentamiento institucional de gran envergadura. En junio, Estados Unidos no solo presenció calles militarizadas y disturbios, sino el desarrollo de una crisis constitucional que enfrentó al gobierno federal con el estado más poblado del país, California. Este choque no fue súbito; fue la culminación de años de tensiones políticas y legales, principalmente en torno al estatus de California como "estado santuario", que limita la cooperación local con las agencias federales de inmigración.
La situación se intensificó drásticamente cuando el presidente Donald Trump, citando la necesidad de proteger a los agentes federales y restaurar el orden, ordenó la federalización de la Guardia Nacional de California. Esta acción, que transfiere el control de las tropas estatales al mando presidencial, fue ejecutada sin el consentimiento y en contra de la voluntad explícita del gobernador Gavin Newsom. Históricamente, un movimiento de esta naturaleza es extremadamente raro, con los precedentes más notables datando de la era de los Derechos Civiles, cuando presidentes como Eisenhower y Johnson intervinieron para hacer cumplir leyes federales de integración racial frente a la resistencia de gobernadores segregacionistas.
La Casa Blanca justificó la medida como una respuesta a la "incompetencia" del gobierno estatal para controlar a los que calificó de "insurrectos" y "agitadores profesionales". La retórica escaló con declaraciones de Trump sugiriendo que Newsom debería ser arrestado, a lo que el gobernador respondió desafiante: "Arrésame". A la Guardia Nacional se sumó el despliegue de 700 Marines en Los Ángeles, una decisión que profundizó la percepción de una intervención militar en asuntos domésticos.
El punto más álgido de la tensión ocurrió el 12 de junio, cuando agentes federales esposaron y retiraron por la fuerza al senador estadounidense por California, Alex Padilla, mientras intentaba interpelar a la Secretaria de Seguridad Nacional durante una conferencia de prensa. El incidente, calificado por algunos legisladores como una acción que "huele a totalitarismo", visibilizó el quiebre de las normas de convivencia política.
El conflicto expuso dos visiones fundamentalmente opuestas sobre la estructura del poder en Estados Unidos:
El enfrentamiento no puede entenderse sin considerar la larga historia de disputas entre California y Washington durante la administración Trump. El estado ha utilizado su poderío económico y legal para oponerse a políticas federales en materia de medio ambiente, salud e inmigración. Este choque fue, en esencia, la manifestación más extrema de esa "resistencia", llevando el debate del ámbito judicial al terreno de la seguridad y el poder militar. La crisis puso a prueba los límites de la Cláusula de Supremacía de la Constitución estadounidense frente a la Décima Enmienda, que reserva a los estados los poderes no delegados al gobierno federal.
Aunque la tensión en las calles de Los Ángeles ha disminuido, la crisis está lejos de resolverse. La confrontación se trasladó a los tribunales federales, donde un juez emitió un fallo inicial declarando ilegal el despliegue ordenado por Trump y ordenando devolver el control de la Guardia Nacional a California, aunque la decisión fue apelada por el gobierno federal. El episodio ha dejado profundas cicatrices y preguntas sin respuesta sobre los límites de la autoridad presidencial, el rol de las fuerzas armadas en el control de disturbios civiles y la viabilidad del sistema federal en un clima de extrema polarización política. Más que un evento aislado, el "asedio a California" se ha convertido en un caso de estudio sobre la fragilidad de los contrapesos democráticos.