La declaración de culpabilidad de Ovidio Guzmán López, alias "El Ratón", en una corte de Chicago, es mucho más que el epílogo de una persecución de alto perfil. Es una señal sísmica que anuncia la reconfiguración del submundo criminal en México y más allá. Lejos de ser el golpe de gracia al Cártel de Sinaloa, este evento marca el ocaso de una era definida por lealtades de sangre y códigos de la vieja guardia, y el amanecer de otra, caracterizada por alianzas pragmáticas, traiciones estratégicas y una lógica empresarial despiadada. La caída de un "Chapito" no debilita al cártel; lo transforma. La pregunta clave no es si la organización sobrevivirá, sino en qué se convertirá.
La rendición judicial de Ovidio, que sugiere un profundo acuerdo de cooperación con las autoridades estadounidenses, coincide con dos movimientos tectónicos: la guerra interna que desangra Sinaloa entre la facción de "Los Chapitos" y los remanentes del imperio de Ismael "El Mayo" Zambada, y una alianza sin precedentes entre los hijos de "El Chapo" y sus archirrivales, el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Estos eventos, interconectados, no son casuales. Son los síntomas de una metamorfosis del crimen organizado hacia una estructura más flexible, globalizada y enfocada en el producto más letal y lucrativo de la historia reciente: el fentanilo.
La rendición de Ovidio y la nueva mega-alianza abren tres escenarios plausibles a mediano y largo plazo, cada uno con profundas implicaciones para la seguridad regional y global.
Escenario 1: La Consolidación del Supercártel. En este futuro, la alianza Chapitos-CJNG logra su objetivo principal: aniquilar a la facción de "El Mayo" y consolidar un control hegemónico sobre los corredores de producción y tráfico. La violencia extrema, como la masacre de los 20 cuerpos en Culiacán, se convierte en una herramienta de pacificación forzada, eliminando la competencia. El resultado sería una "Pax Mafiosa" en ciertas regiones, pero a un costo terrible: la creación de un monstruo bicéfalo con un poder de fuego, capacidad de corrupción y alcance global sin precedentes. Este supercártel no solo inundaría Estados Unidos de fentanilo, sino que también tendría la capacidad de desestabilizar gobiernos y operar como un Estado paralelo, negociando de tú a tú con corporaciones y naciones.
Escenario 2: La Balkanización de la Violencia. La desconfianza inherente entre antiguos enemigos podría hacer implosionar la alianza. La información proporcionada por Ovidio desde una prisión estadounidense podría ser utilizada por la DEA para decapitar selectivamente a líderes de ambas facciones, generando un vacío de poder. En este escenario, el imperio se fragmenta. En lugar de dos grandes cárteles en guerra, emergerían docenas de células más pequeñas, autónomas e hiperviolentas, luchando por el control de plazas, laboratorios y rutas. La violencia se volvería más caótica, impredecible y se extendería a territorios antes considerados seguros, haciendo imposible cualquier estrategia de contención centralizada.
Escenario 3: El Conflicto Geopolítico. La cooperación de Ovidio podría escalar el conflicto más allá de lo criminal. Si sus testimonios implican a altos funcionarios del Estado mexicano, como teme la administración de Claudia Sheinbaum, Estados Unidos (bajo un gobierno como el de Trump, que ya designó a los cárteles como terroristas) podría imponer sanciones económicas y políticas severas a México. Esto generaría una crisis diplomática que los cárteles explotarían para su beneficio. La lucha antinarcóticos se convertiría en un campo de batalla de soberanías, donde la cooperación bilateral se rompería, permitiendo a las organizaciones criminales operar con mayor impunidad en medio del fuego cruzado político.
El patrón histórico, desde la caída de Pablo Escobar hasta la de "El Chapo", nos enseña que la eliminación de un capo no termina con el negocio; lo reinventa. Estamos presenciando la transición hacia un narcotráfico 2.0, menos dependiente de figuras mesiánicas y más estructurado en torno a alianzas flexibles y lógicas de mercado. La tendencia dominante es la consolidación de poder en manos de una federación criminal con una capacidad de adaptación y resiliencia que supera a la de los Estados que la combaten.
El mayor riesgo es la normalización de un narco-Estado de facto en vastas zonas de México, donde la ley del cártel suplante a la del gobierno. La oportunidad latente, aunque remota, reside en la inteligencia que pueda proveer Ovidio. Si esa información se utiliza no solo para capturar a más capos, sino para desmantelar las estructuras financieras y políticas que les dan soporte, podría haber una posibilidad de revertir la tendencia. Sin embargo, esto requeriría un nivel de cooperación y transparencia entre México y Estados Unidos que, hoy por hoy, parece una utopía. El futuro inmediato se perfila más sangriento y complejo, un tablero de ajedrez donde las piezas caídas solo abren paso a jugadas más audaces y peligrosas.