El Legado Ambiguo de Clark Olofsson: De Ladrón de Bancos a Símbolo de un Síndrome Global

El Legado Ambiguo de Clark Olofsson: De Ladrón de Bancos a Símbolo de un Síndrome Global
2025-07-14
  • La muerte de Clark Olofsson cierra el capítulo de uno de los criminales más mediáticos de Suecia, pero reabre la discusión sobre el "Síndrome de Estocolmo".
  • El concepto, nacido del asalto a un banco en 1973, es cuestionado por expertos como un mecanismo de supervivencia más que un trastorno, mientras las víctimas defienden la racionalidad de sus actos.
  • Su legado trasciende la criminología, convirtiéndose en un ícono de la cultura pop y una metáfora recurrente en el análisis político, incluso en Chile.

El fin de una era, el inicio de una reflexión

A fines de junio de 2025, la muerte de Clark Olofsson a los 78 años en un hospital sueco marcó el fin de una vida dedicada al crimen. Con un historial que abarcaba desde robos a mano armada hasta tráfico de drogas, Olofsson pasó más de la mitad de su existencia tras las rejas. Sin embargo, no fue su larga carrera delictual lo que lo inscribió en la memoria colectiva global, sino un único evento de seis días en agosto de 1973: el asalto al banco Kreditbanken en la plaza Norrmalmstorg de Estocolmo. Su fallecimiento, más de cincuenta años después, no solo cierra un capítulo biográfico, sino que obliga a una mirada retrospectiva sobre el complejo y polémico legado que ayudó a forjar: el llamado “Síndrome de Estocolmo”.

Anatomía de un secuestro que bautizó un concepto

El 23 de agosto de 1973, Jan-Erik “Janne” Olsson, un delincuente en libertad condicional, irrumpió en el Kreditbanken armado con una metralleta. Tomó a cuatro empleados como rehenes y, entre sus demandas, exigió que le llevaran a su amigo y célebre criminal, Clark Olofsson. Sorprendentemente, el gobierno sueco accedió. Con la llegada de Olofsson, la dinámica dentro de la bóveda del banco cambió. Durante los seis días de cautiverio, transmitidos en directo a todo el mundo, se gestó una extraña relación entre captores y cautivos.

La figura más visible de esta dinámica fue Kristin Enmark, una rehén de 23 años. En una ya famosa llamada telefónica al entonces primer ministro Olof Palme, Enmark declaró: “Confío plenamente en Clark y en el ladrón. No les tengo miedo en absoluto, no me han hecho nada. Han sido muy amables. ¿Sabe qué es lo que me da miedo? Que la policía irrumpa en el banco”. Esta aparente paradoja —la víctima defendiendo a su captor y temiendo a sus rescatadores— se convirtió en el germen de un nuevo término psicológico, acuñado por el criminólogo y psiquiatra Nils Bejerot para describir un vínculo afectivo irracional desarrollado bajo trauma.

El síndrome bajo la lupa: ¿Trastorno o estrategia de supervivencia?

Cincuenta años después, el “Síndrome de Estocolmo” sigue siendo un concepto tan popular como controvertido. Nunca ha sido incluido formalmente en los manuales diagnósticos de psiquiatría, como el DSM o el CIE. Muchos expertos argumentan que más que un “síndrome”, se trata de un mecanismo de supervivencia instintivo y racional. En una situación de dependencia total, donde la vida pende de la voluntad del captor, generar un vínculo puede ser la única estrategia para humanizar al agresor y aumentar las probabilidades de sobrevivir.

La propia Kristin Enmark ha sido una de las voces más críticas con la etiqueta que ayudó a inspirar. En su libro testimonio, rechaza la idea de haber sufrido un trastorno. Sostiene que sus acciones fueron deliberadas y lógicas: “Me prometió que no me pasaría nada y decidí creerle”, escribió. Para ella, y para muchos psicólogos hoy, etiquetar su comportamiento como un síndrome es una forma de patologizar a la víctima, despojándola de su agencia y de la racionalidad de sus decisiones en una situación límite. Esta disonancia cognitiva es central: ¿fue un colapso psicológico o una clase magistral de adaptación humana?

De la criminología a la cultura pop y la arena política chilena

El legado del atraco de Norrmalmstorg ha desbordado por completo el ámbito académico. La figura de Clark Olofsson, el ladrón carismático, fue mitificada hasta convertirse en un ícono de la cultura pop, un proceso culminado recientemente por la serie de Netflix “Clark”. Esta glamorización del criminal plantea un debate sobre cómo la sociedad consume las historias de crímenes reales, a menudo a costa de la complejidad del trauma de las víctimas.

Más llamativa aún es la migración del término a otros campos, como la política. En Chile, por ejemplo, columnistas han utilizado la metáfora del “Síndrome de Estocolmo” para analizar la dinámica post estallido social, describiendo una supuesta “relación afectiva” de la centroderecha con una izquierda que, en su visión, la tuvo como “rehén” institucional. Este uso, aunque efectivo retóricamente, simplifica y despoja al concepto de su contexto original de trauma extremo, demostrando cómo una etiqueta puede adquirir vida propia y ser utilizada para enmarcar conflictos que poco tienen que ver con un secuestro.

Con la muerte de Clark Olofsson, el hombre se ha ido, pero el símbolo persiste. Su historia nos deja un legado de preguntas incómodas sobre la naturaleza del trauma, la delgada línea entre la supervivencia y el desorden psicológico, y la facilidad con que las narrativas complejas son empaquetadas en etiquetas convenientes. El “Síndrome de Estocolmo” sigue siendo un espejo que refleja no solo la psique de quienes viven el horror, sino también la de una sociedad que intenta, a veces torpemente, darle un nombre.

La muerte de una figura histórica clave ofrece una oportunidad única para reexaminar el origen y la evolución de un concepto psicológico de alcance mundial. La historia posee un arco narrativo que abarca décadas, desde un evento criminal específico hasta su perdurable impacto en el lenguaje, la psicología y la cultura popular. El tiempo transcurrido permite una reflexión profunda sobre la validez, las críticas y las diversas aplicaciones del término, mientras que el deceso del protagonista proporciona un cierre definitivo que facilita un análisis completo y contextualizado.