A poco más de dos meses de su inauguración oficial, el megapuerto de Chancay, en Perú, ha dejado de ser una proyección lejana para convertirse en un hecho consumado que redibuja el mapa logístico de Sudamérica. La monumental obra, impulsada mayoritariamente por capitales de la estatal china COSCO Shipping, no solo representa un hito para la economía peruana, sino que ha instalado en Chile un debate profundo y, para muchos, tardío sobre su propio futuro marítimo. Lo que antes era una conversación de expertos en foros especializados, hoy resuena en el Congreso, en los gremios y en la opinión pública, obligando al país a mirarse en un espejo que le devuelve una imagen de complacencia estratégica.
Chancay no es solo un puerto más. Es un terminal de aguas profundas diseñado para recibir a los buques portacontenedores más grandes del mundo, aquellos que hasta ahora debían omitir la costa sudamericana. Su principal promesa es reducir el tiempo de viaje a Asia de 35 a 25 días, un cambio que altera fundamentalmente la competitividad de las exportaciones de la región. Para Perú, las cifras son elocuentes: se proyecta un aporte de 4.500 millones de dólares anuales a su PIB y la creación de más de 7.000 empleos. La presidenta Dina Boluarte, durante la inauguración, no dudó en invitar a los "vecinos de la región a utilizar nuestro puerto", un mensaje que en Chile se leyó como el fin de una era.
Este hito portuario es la punta de lanza de un ascenso económico peruano más amplio. Un informe de junio de este año proyectó que Perú superará a Chile como el mayor exportador de frutas de Sudamérica en 2025. Productos como los arándanos y las paltas peruanas ya han ganado terreno en mercados clave, y Chancay llega para consolidar esa ventaja logística. El puerto no es una causa aislada, sino el catalizador de una estrategia nacional bien definida.
La irrupción de Chancay ha generado en Chile un abanico de reacciones que reflejan las tensiones internas del país.
Por un lado, emerge una crítica estratégica y técnica. Edmundo González, presidente de la Liga Marítima de Chile, fue uno de los primeros en alzar la voz, lamentando en una carta pública que el país ha gobernado "de espaldas al mar". Su diagnóstico es severo: una institucionalidad marítima débil, la falta de una Política Nacional del Mar y una visión fragmentada que enfrenta a los puertos de Valparaíso y San Antonio en lugar de integrarlos en un complejo portuario único. Desde esta perspectiva, Chancay no es el problema, sino el síntoma de una omisión histórica y una burocracia —la llamada "permisología"— que ha frenado el desarrollo de infraestructura clave como el anhelado Puerto a Gran Escala.
En otra vereda, la reacción política y proteccionista ha ganado visibilidad. Senadores de la UDI, como José Durana y Gustavo Sanhueza, han enmarcado el ascenso peruano en una narrativa de amenaza directa. Vinculan el aumento de las importaciones de fruta peruana con la crisis de la mosca de la fruta en el norte de Chile, acusando al gobierno de "permisividad" y de firmar convenios que, a su juicio, perjudican a los agricultores nacionales. Esta visión, si bien conecta con la ansiedad de sectores productivos locales, corre el riesgo de desviar el foco del desafío estratégico hacia un conflicto bilateral de corto plazo.
Finalmente, subyace una ineludible dimensión geopolítica. La fuerte inversión de una empresa estatal china en infraestructura crítica en un país vecino alimenta en Chile el debate sobre cómo navegar la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China. La controversia generada meses atrás por la instalación de un telescopio chino en el norte, donde Washington expresó su preocupación por un posible uso militar, sirve como antecedente. ¿Es Chancay un proyecto puramente comercial o un enclave estratégico de la Franja y la Ruta de la Seda que consolida la influencia de Beijing en el "patio trasero" de Estados Unidos? Para Chile, un país que tiene a China como su principal socio comercial y a EE. UU. como su aliado histórico, la pregunta es cómo mantener un equilibrio soberano sin quedar atrapado en el fuego cruzado.
Chile, una nación cuya identidad y prosperidad se forjaron en su vínculo con el Océano Pacífico, enfrenta hoy un punto de inflexión. La hegemonía que por décadas pareció natural se ha visto desafiada por un vecino con una visión clara y un socio poderoso. El megapuerto de Chancay ya está operativo y su influencia solo crecerá. La pregunta que queda abierta es si Chile logrará articular una respuesta a la altura del desafío: una que trascienda las disputas políticas internas, que defina una estrategia portuaria unificada y que asuma con pragmatismo su posición en un nuevo orden geopolítico. De lo contrario, corre el riesgo de observar desde la orilla cómo los grandes flujos del comercio mundial eligen un nuevo destino.