La muerte del Papa Francisco en abril de 2025 no solo marcó el fin de un pontificado de doce años que priorizó las periferias y una pastoral de la misericordia; inauguró un período de profunda incertidumbre. Su papado, carismático y a la vez polémico, dejó una Iglesia más consciente de su rol social pero internamente dividida entre facciones que anhelaban una reforma más profunda y otras que veían con alarma el aparente relajamiento doctrinal. El cónclave que siguió no fue solo una elección, sino un referéndum sobre el legado de Francisco y el futuro de una institución con 1.400 millones de fieles.
De la Capilla Sixtina emergió una figura inesperada y compleja: Robert Francis Prevost, un estadounidense de Chicago, misionero agustino de larga trayectoria en Perú, quien adoptó el nombre de León XIV. Un Papa que, en un gesto simbólico, renovó su documento de identidad peruano poco después de ser electo, reafirmando su pertenencia al Sur Global. Sin embargo, este aparente continuador del eje latinoamericano de Francisco pronto comenzó a emitir señales contradictorias. Su primer mensaje, “antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos”, resonó con el tono pastoral de su predecesor. Pero días después, su firme defensa del matrimonio como la unión exclusiva entre un hombre y una mujer, y su paulatina reincorporación de vestimentas y liturgias tradicionales —como la mozzetta roja y el canto en latín—, fueron interpretados como claros guiños al ala conservadora que se sintió marginada durante la última década.
León XIV se presenta, por tanto, como un pontífice de dos mundos: un pastor formado en la teología de la liberación latinoamericana y un administrador que parece entender la necesidad de orden y tradición. Su elección del nombre “León” no es casual; remite a León XIII, el Papa de la encíclica Rerum Novarum (1891), que articuló la Doctrina Social de la Iglesia frente a la Revolución Industrial. León XIV ha señalado que busca hacer lo propio ante la nueva revolución de la inteligencia artificial y la precariedad digital. Esta dualidad es el motor de los futuros posibles que se abren para el catolicismo.
El escenario más probable a mediano plazo es que León XIV intente una “gran síntesis”: un pontificado que busque activamente reconciliar las tensiones heredadas. En este futuro, el Papa consolida la apertura social de Francisco —en temas como la ecología, la crítica al capitalismo salvaje y la defensa de los migrantes—, pero la enmarca en una reafirmación de la doctrina tradicional en materias de familia, moral sexual y bioética. Sería una estrategia de “continuidad en la doctrina, reforma en la pastoral”.
Los factores que apoyan este escenario son su estilo metódico y deliberativo, en contraste con la espontaneidad de Francisco, y su capacidad para enviar señales a ambos lados del espectro eclesial. Podría nombrar a progresistas en dicasterios sociales y a conservadores en los de Doctrina y Culto. El principal desafío de esta vía media será evitar que sea percibida como una falta de rumbo. Si tiene éxito, podría estabilizar a la Iglesia, sanando algunas heridas y creando un nuevo consenso. El punto de inflexión será su primera encíclica: si logra articular una visión coherente que integre justicia social y ortodoxia doctrinal, este escenario se consolidará.
Una posibilidad alternativa es que los gestos pastorales iniciales sean solo una estrategia para una restauración conservadora gradual. En este escenario, el pontificado de León XIV se convierte en una corrección sistemática del de Francisco. La vuelta a la residencia en el Palacio Apostólico, el énfasis en la liturgia tradicional y la defensa de posturas doctrinales firmes se volverían la norma, no la excepción. Su origen estadounidense y el respaldo implícito de figuras como Donald Trump al cardenal Timothy Dolan —un tradicionalista— durante la sede vacante, revelan la presión geopolítica por un Vaticano más alineado con los valores conservadores occidentales.
Este camino satisfaría a los sectores más tradicionalistas de Estados Unidos y África, pero podría provocar una fractura con las iglesias más liberales de Europa, como la alemana y su Vía Sinodal. El riesgo es una aceleración del éxodo de fieles en el mundo secularizado y un aumento de la polarización interna. La incertidumbre clave aquí es hasta qué punto León XIV está dispuesto a usar su autoridad para disciplinar las disidencias teológicas, algo que Francisco evitó en gran medida.
El escenario de mayor riesgo es aquel en el que el intento de síntesis fracasa y la tensión interna se vuelve irreconciliable. Al intentar contentar a todos, León XIV podría terminar por no satisfacer a nadie. Los progresistas, decepcionados por la falta de avances en temas como el rol de la mujer o la inclusión LGBTQ+, podrían ver sus gestos como superficiales. Los conservadores, impacientes por una restauración doctrinal más contundente, podrían considerarlo débil.
En este futuro, la autoridad papal se debilita y la Iglesia se fragmenta en esferas de influencia regionales con agendas contrapuestas. La geopolítica de la fe se agudizaría, con la iglesia estadounidense, fuertemente polarizada, tirando en una dirección, la europea en otra, y las iglesias del Sur Global desarrollando sus propias teologías pragmáticas. Una crisis imprevista —sea un escándalo financiero, una disputa geopolítica mayor o un cisma de facto— podría ser el punto de quiebre que fuerce al Papa a abandonar el centro, desatando un conflicto abierto que definiría al catolicismo por el resto del siglo.
El pontificado de León XIV apenas comienza. Sus primeras semanas demuestran que no será una simple repetición ni una completa anulación de la era Francisco. Es el inicio de un nuevo capítulo cuyo guion aún no está escrito. Su capacidad para navegar las corrientes subterráneas de la fe, el poder y la tradición determinará si su reinado será recordado como el de un hábil constructor de puentes que forjó un nuevo equilibrio, o como el de un líder que, en su intento por unir dos mundos, vio cómo estos terminaban de separarse. El futuro de la institución religiosa más antigua e influyente del mundo pende de ese delicado balance.