A más de una década de su fallecimiento, la figura de Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, vuelve a remecer la memoria colectiva de Latinoamérica. El catalizador ha sido Sin Querer Queriendo, la serie biográfica estrenada hace unos meses en la plataforma Max. Concebida como un homenaje definitivo orquestado por su hijo, Roberto Gómez Fernández, la producción ha funcionado, en cambio, como un acelerante de conflictos, reabriendo disputas de décadas y obligando a la audiencia a confrontar el legado fracturado de un hombre que para millones fue sinónimo de infancia.
La serie, basada en la autobiografía del propio Chespirito, dibuja un retrato familiar para sus admiradores: un genio creativo, un trabajador incansable cuyos principales obstáculos fueron la ambición y los celos de quienes lo rodeaban. En esta versión de la historia, los conflictos tienen culpables claros. Carlos Villagrán ("Quico") y Florinda Meza ("Doña Florinda") son presentados como antagonistas, con sus nombres llamativamente alterados a "Marcos Barragán" y "Margarita Ruiz" debido a disputas legales por derechos de imagen, un eco de los mismos conflictos que la serie narra.
El guion, escrito por los hijos del comediante, construye un arco empático para la primera esposa de Chespirito, Graciela Fernández, mostrándola como una figura de apoyo fundamental, pero finalmente víctima colateral de la irrupción de un nuevo amor. En contraparte, el personaje inspirado en Meza es perfilado como la fuerza disruptiva que alteró el equilibrio del elenco y la familia.
La reacción de los "villanos" de esta historia fue inmediata. Carlos Villagrán, antes del estreno, ya anticipaba que "se van a decir muchas mentiras", optando por no escalar judicialmente pero marcando su disenso públicamente. Su versión de los hechos, sostenida por décadas, apunta a celos profesionales por parte de Gómez Bolaños ante la creciente popularidad de "Quico". Esta fractura se ve complejizada por el conocido triángulo amoroso que involucró a Villagrán, Meza y el propio Chespirito, una herida que la serie expone desde una perspectiva decididamente parcial.
Florinda Meza, la viuda y figura central del drama, es una ausencia notoria en la creación del proyecto, y su exclusión es elocuente. Acusada por otros miembros del elenco, como María Antonieta de las Nieves ("La Chilindrina"), de ser la causa de la ruptura del grupo original y del primer matrimonio de Chespirito, Meza es ahora silenciada en el recuento oficial de una historia de la que fue protagonista. De las Nieves, quien ganó una larga batalla legal por los derechos de su personaje, ha sido una voz constante que confirma las tensiones internas, añadiendo otra capa de complejidad al conflicto no resuelto.
Quizás la consecuencia más profunda de la serie es el debate que ha provocado más allá de las rencillas personales. Para una nueva generación, y para muchos que crecieron con el programa, el humor de El Chavo del 8 se analiza hoy con una mirada distinta. Surgen cuestionamientos sobre la normalización de la violencia (los coscorrones, pellizcos y cachetadas), la perpetuación de estereotipos y, de forma más crítica, la romantización de la pobreza. ¿El programa celebra la resiliencia o presenta la precariedad como un estado casi cómico y aceptable?
Esta visión crítica choca con el inmenso cariño que Chespirito aún genera, especialmente fuera de México. En países como Chile, Brasil o Argentina, sigue siendo un ícono cultural que une generaciones. La serie ha provocado, sin querer queriendo, un momento de disonancia cognitiva: ¿cómo se reconcilia el recuerdo entrañable de la risa de infancia con el hombre falible, los conflictos tóxicos que lo rodearon y los aspectos problemáticos de su obra?
La historia de Chespirito no está cerrada; simplemente ha entrado en una nueva fase, más contenciosa. Sin Querer Queriendo no logró ser la palabra final. Se convirtió, en cambio, en un documento parcial dentro de una guerra por la memoria. La producción ha solidificado los bandos: por un lado, un legado oficial y controlado por los herederos; por otro, los testimonios fragmentados y amargos de quienes alguna vez fueron familia en la vecindad más famosa de la televisión. La pregunta que la serie deja en el aire no es qué pasó realmente, sino quién tiene el derecho de contar la historia. Y por ahora, la respuesta sigue tan disputada como la propiedad de una pelota cuadrada.