
El martes 18 de noviembre de 2025, el pulso digital mundial sufrió un paro inesperado. Una falla interna en Cloudflare, empresa clave en la infraestructura global de internet, provocó una caída masiva de servicios que afectó desde redes sociales hasta plataformas financieras y tiendas en línea. No fue un ciberataque ni un sabotaje externo, sino un error técnico: un archivo de configuración sobredimensionado desató fallos en cascada que dejaron fuera de línea a millones.
En Chile, usuarios reportaron interrupciones en herramientas de uso diario, evidenciando que la dependencia tecnológica no conoce fronteras. “Esta interrupción nos recordó que detrás de cada clic hay decisiones técnicas con profundas implicancias sociales y económicas”, reflexiona Nicolás Caselli, director de Ingeniería Civil Informática de la Universidad Andrés Bello, sede Concepción.
Perspectivas encontradas
Desde el mundo académico y la ingeniería, el episodio es un llamado a construir infraestructuras distribuidas y tolerantes a fallos. Caselli enfatiza que “la concentración en un solo proveedor, aunque eficiente, es un riesgo sistémico que debemos mitigar con arquitecturas más robustas y diversificadas”.
En contraste, expertos en negocios digitales advierten sobre la complejidad de reemplazar a actores como Cloudflare, cuya red global ofrece velocidad y seguridad difíciles de igualar. Para ellos, la solución pasa por una regulación internacional que promueva la competencia y la transparencia, sin sacrificar la eficiencia.
Desde la sociedad civil, la interrupción generó inquietud sobre la vulnerabilidad cotidiana. Usuarios comunes experimentaron la desconexión como una pérdida tangible de acceso a información, comunicación y servicios esenciales. “Vivimos en un mundo digitalizado que no tolera pausas, pero esta pausa nos enseñó que la tecnología no es infalible”, comentó una usuaria chilena en redes sociales.
Verdades y consecuencias
Este incidente desnuda la fragilidad de una red global que, paradójicamente, se diseñó para ser resiliente pero que hoy depende críticamente de pocos nodos clave. No se trató de un ataque malicioso, sino de una falla interna que expuso las debilidades del sistema. La lección es clara: la infraestructura digital necesita urgentemente diversificación, protocolos de contingencia más sólidos y una gobernanza que integre múltiples actores y perspectivas.
Además, la crisis pone en evidencia la necesidad de educar a la sociedad sobre la complejidad y vulnerabilidad de la red, para fomentar un consumo digital más consciente y menos dependiente de la ilusión de omnipresencia y estabilidad.
En suma, la caída de internet el 18 de noviembre no solo fue un apagón tecnológico, sino una llamada de atención global: “Si un fragmento mal gestionado de código puede desconectar al mundo, también puede motivarnos a reconstruir un internet más abierto, confiable y democrático”.