Las encuestas electorales en Chile: ¿herramienta informativa o arma de campaña? - La guerra silenciosa que moldea la política

Las encuestas electorales en Chile: ¿herramienta informativa o arma de campaña? - La guerra silenciosa que moldea la política
Actualidad
Política
2025-11-21
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- Proliferación de encuestas en la campaña presidencial con más de 67 sondeos desde agosto.

- Impacto psicológico en electores y comandos, que ajustan estrategias sin certezas claras.

- Debate sobre la calidad, transparencia y regulación de las encuestas en el país.

Un duelo de números y percepciones

Desde el 19 de agosto hasta principios de noviembre, la campaña presidencial chilena ha estado marcada por la publicación de más de 67 encuestas públicas, un promedio cercano a seis por semana. Este torrente de sondeos, que se intensificó incluso en la semana previa a la elección pese a la veda legal, ha generado un escenario donde las cifras parecen tener más protagonismo que las propuestas políticas.

“Hay cierta adicción en Chile, tanto en los medios como en el público, por las encuestas políticas”, explica Axel Callis, sociólogo y director de Tuinfluyes.com, quien advierte sobre la distinción poco clara entre encuestas profesionales y otras de menor rigor metodológico, conocidas como “cometas” o “corsarias”.

Los comandos presidenciales, conscientes de esta realidad, admiten que las encuestas influyen decisivamente en sus estrategias, aunque reconocen que no entienden completamente las causas detrás de las fluctuaciones en los resultados.

Estrategias en la penumbra: entre la imitación y la ansiedad

La incertidumbre sobre qué mueve la preferencia electoral ha llevado a los equipos a copiar las tácticas de quienes suben en las encuestas, sin un análisis profundo de los factores que generan esos cambios. Miguel Zlosilo, sociólogo y consultor en analítica, señala: “No hay ninguna encuesta que te diga por qué varió la preferencia de un candidato de una semana a otra. Eso queda en el mundo de la especulación.”

Este fenómeno explica, en parte, cambios abruptos en los discursos y posicionamientos, como el giro de José Antonio Kast hacia una agenda valórica más tradicional o las polémicas declaraciones de Evelyn Matthei, que alejaron a su electorado moderado.

La presión de las encuestas genera así una campaña marcada por la ansiedad, donde cada dato es interpretado como un pulso inmediato del electorado, aunque la realidad sea mucho más compleja.

¿Más encuestas, más claridad? No necesariamente.

El abaratamiento de metodologías y la proliferación de encuestadoras han multiplicado la oferta de sondeos, pero también han aumentado las discrepancias y la dificultad para discernir cuáles reflejan fielmente la opinión pública.

“Son demasiadas encuestas en muy poco tiempo y eso hace que nos perdamos un poco”, admite Paulina Valenzuela, directora de la Asociación de Investigadores de Mercado y Opinión Pública (AIM).

En este contexto, crece la demanda por un sistema de regulación y accountability similar al de México, Argentina o incluso plataformas internacionales como FiveThirtyEight, que evalúan y clasifican la precisión de las encuestas tras cada elección.

Un informe de Alberto Mayol, que posicionó a su propia encuesta en primer lugar en capacidad predictiva, reavivó el debate sobre la necesidad de una evaluación independiente de estos estudios, aunque también generó controversias metodológicas y críticas dentro de la industria.

Voces en pugna: transparencia versus competencia

Mientras algunos actores defienden la proliferación de encuestas como una fuente valiosa de información para los ciudadanos, otros advierten sobre el uso estratégico y, a veces, manipulador que hacen los comandos para movilizar electores.

“Las encuestas son la pasta base de los políticos”, afirma Callis, reflejando la dependencia creciente de estos instrumentos para captar y retener el voto en un electorado fragmentado y con baja conexión directa con sus representantes.

Por su parte, la industria se muestra reticente a abrir un registro público que certifique la solvencia de las encuestadoras, temiendo que la competencia se vea afectada y que se establezcan barreras para nuevos actores.

Conclusiones que emergen del ruido

La guerra de encuestas en Chile no es solo un fenómeno cuantitativo, sino un reflejo de una política que busca aferrarse a indicadores inmediatos en un contexto de desafección y volatilidad electoral.

El ritmo frenético y la diversidad metodológica de las encuestas complican la interpretación, alimentan la ansiedad y pueden distorsionar la construcción de discursos políticos y la percepción ciudadana.

Para avanzar hacia una democracia más informada, el desafío es mayor que regular números: requiere fomentar la alfabetización mediática, incentivar el análisis cualitativo de las causas detrás de los cambios y promover mecanismos de transparencia y evaluación rigurosa de las encuestas.

Solo así la ciudadanía podrá discernir entre el ruido y la señal, y los actores políticos dejarán de bailar al ritmo de cifras que, muchas veces, dicen más de ellos que de sus electores.

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Fuentes consultadas: La Tercera (09-11-2025), declaraciones de Axel Callis, Miguel Zlosilo, Paulina Valenzuela, Juan Pablo Lavín, y análisis de la Asociación de Investigadores de Mercado y Opinión Pública de Chile.