
Un golpe en la línea de flotación. Desde principios de 2025, la economía española ha empezado a mostrar signos evidentes de desaceleración vinculados a la escalada de tensiones comerciales globales, especialmente la guerra arancelaria entre Estados Unidos y sus socios. La imposición de nuevos aranceles y la amenaza constante de represalias han provocado una contracción del comercio internacional que, hasta ahora, era uno de los principales motores del crecimiento económico en España.
Las exportaciones hacia la Unión Europea se redujeron un 0,5% el año pasado, mientras que las ventas a destinos fuera del bloque comunitario solo crecieron un 1,4%, una cifra insuficiente para compensar las pérdidas. En marzo de 2025, las exportaciones totales de grandes empresas cayeron un 1,7%, un indicador preocupante si se considera que el sector exterior había aportado un 30% del crecimiento del PIB en los últimos tres años.
Desde la izquierda política, se señala que el choque comercial es un síntoma de un modelo económico globalizado y vulnerable, que expone a España a las turbulencias externas sin mecanismos internos suficientes para amortiguarlas. “Este escenario evidencia la necesidad urgente de diversificar la economía y fortalecer el mercado interno,” afirma un economista vinculado a sectores progresistas.
En contraste, voces del sector conservador insisten en que la solución pasa por una mayor apertura y competitividad, y critican las políticas proteccionistas que, según ellos, han exacerbado las tensiones. “El camino es la integración internacional, no el aislamiento,” señalan desde el empresariado y algunos sectores del gobierno.
Regiones con alta dependencia de la exportación, como Cataluña y el País Vasco, han sentido con mayor crudeza la caída en los envíos, afectando la actividad industrial y el empleo local. En el otro extremo, zonas con economías más diversificadas muestran cierta resiliencia, aunque no están exentas de desafíos.
En términos sociales, el freno en la inversión y la incertidumbre han generado preocupaciones en el mercado laboral, especialmente en sectores industriales y tecnológicos. Aunque el consumo interno mantiene cierta fortaleza gracias al empleo y el ahorro acumulado, no es suficiente para contrarrestar la pérdida de dinamismo externo.
La desaceleración económica no es un fenómeno pasajero, sino una manifestación tangible de la volatilidad del entorno global y la fragilidad de ciertos modelos productivos. La inversión, especialmente la extranjera directa, se ha congelado en espera de señales claras sobre la evolución del conflicto comercial. Esto pone en jaque proyectos a mediano plazo y plantea interrogantes sobre la capacidad de España para mantener su crecimiento sin reformas profundas.
El futuro dependerá en gran medida de las decisiones que se tomen en Washington y Bruselas, pero también de la respuesta interna: ¿será capaz España de aprovechar esta crisis para reorientar su economía y reducir su exposición a choques externos? O, por el contrario, ¿el país quedará atrapado en un ciclo de incertidumbre y estancamiento?
Este es el dilema que enfrentan políticos, empresarios y ciudadanos, mientras el telón se levanta para la segunda temporada de esta tragedia económica global.
2025-11-13