
El 27 de junio de 2025, Japón ejecutó a Takahiro Shiraishi, conocido en la prensa internacional como el "asesino de Twitter", responsable del asesinato y desmembramiento de nueve personas en 2017. Este caso, que mantuvo en vilo a la sociedad japonesa durante años, no solo reveló la crudeza de un crimen atroz, sino que abrió un debate profundo sobre la pena capital, la salud mental y el uso de las redes sociales en contextos de vulnerabilidad.
Shiraishi contactaba a sus víctimas, jóvenes de entre 15 y 26 años, a través de la red social ahora llamada X, aprovechando su estado emocional vulnerable y pensamientos suicidas expresados en la plataforma. Entre agosto y octubre de 2017, las atrajo a su domicilio en Zama, al sur de Tokio, donde cometió los asesinatos y almacenó los cuerpos en refrigeración. La defensa argumentó que las víctimas dieron un consentimiento tácito, buscando evitar la pena de muerte, pero el tribunal consideró que el homicidio fue premeditado y con motivaciones personales y económicas.
"La pena de muerte es un castigo extremadamente grave que priva de la vida a una persona, por lo que, por supuesto, debemos abordarla con cautela", señaló el ministro de Justicia Keisuke Suzuki al justificar la ejecución. Esta fue la primera desde 2022, y dejó a Japón con 105 presos en espera de la pena capital.
Desde el ala conservadora y sectores que defienden la pena de muerte, la ejecución se interpretó como una respuesta necesaria para preservar la seguridad y justicia, enviando un mensaje claro contra crímenes atroces. Sin embargo, organizaciones de derechos humanos y grupos anti-pena de muerte cuestionaron la medida, señalando que no aborda las raíces sociales y psicológicas que permitieron el crimen.
En paralelo, expertos en salud mental enfatizan que el caso Shiraishi es un espejo de las fallas en el apoyo a jóvenes vulnerables y el peligroso papel que pueden jugar las redes sociales cuando no hay una regulación y acompañamiento adecuados. "Este caso evidencia la urgencia de fortalecer la prevención del suicidio y la protección en espacios digitales", advierten psicólogos japoneses.
Más allá del impacto inmediato, el caso ha dejado una huella en la sociedad japonesa y en la comunidad internacional. Ha servido para reavivar el debate sobre la pena de muerte en un país que la mantiene pero con estrictos controles y secretismo en su aplicación. También ha impulsado discusiones sobre la responsabilidad de las plataformas digitales frente a contenidos y conductas de riesgo.
La ejecución de Shiraishi cierra un capítulo judicial, pero abre otros en la esfera social y ética. La tensión entre justicia retributiva y prevención social, el respeto a los derechos humanos y la protección de los más vulnerables, se mantienen como desafíos pendientes.
Este caso, con sus múltiples aristas, invita a observar con distancia y profundidad cómo las sociedades enfrentan la violencia extrema en la era digital, y cómo el sistema penal y social puede evolucionar para evitar tragedias similares sin sacrificar principios fundamentales.
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Fuentes: Cooperativa.cl, Ministerio de Justicia de Japón, análisis de expertos en salud mental y derechos humanos.