
En julio de 2025, Chile asistió a la cumbre de los países BRICS en Río de Janeiro, un evento que, a primera vista, parecía una oportunidad para fortalecer vínculos económicos con potencias emergentes como Brasil, China e India. Sin embargo, a casi cinco meses de aquel encuentro, la participación del Presidente Gabriel Boric sigue generando un intenso debate que trasciende lo diplomático y se instala en el terreno político y social.
La invitación formal fue extendida por el Presidente brasileño Lula da Silva, con quien Boric mantiene una relación cercana. Esta cercanía personal ha sido uno de los puntos más cuestionados por sectores del Congreso y la opinión pública, que temen que la decisión se haya tomado más por afinidades personales que por un análisis estratégico de los intereses nacionales.
Desde el oficialismo, la postura ha sido defender la asistencia como una jugada pragmática para diversificar las alianzas comerciales y políticas de Chile, especialmente ante la creciente volatilidad de los mercados globales y la incertidumbre que genera la guerra en Ucrania y las tensiones entre Estados Unidos e Irán. “La participación en BRICS abre puertas a nuevas inversiones y mercados, en un mundo multipolar donde Chile no puede darse el lujo de aislarse,” argumentó la ministra de Relaciones Exteriores en una reciente sesión parlamentaria.
En cambio, la oposición ha sido enfática en señalar los riesgos de alinearse con un bloque que incluye a países con cuestionamientos en materia de derechos humanos y que mantienen tensiones abiertas con socios tradicionales de Chile. “No podemos permitir que la política exterior se defina por relaciones personales o por la búsqueda de protagonismo internacional que comprometa nuestra credibilidad,” afirmó un senador de derecha.
Analistas internacionales destacan que el BRICS ha evolucionado desde un grupo económico a un actor geopolítico que desafía el orden global liderado por Occidente. En este contexto, la decisión chilena se interpreta como un intento de posicionarse en un tablero más complejo y menos predecible.
Sin embargo, expertos en política exterior advierten que la falta de una estrategia comunicacional clara ha generado confusión y desconfianza en la ciudadanía. “Chile debe equilibrar cuidadosamente sus intereses económicos con sus valores democráticos y su historia como país abierto y respetuoso de los derechos humanos,” señala la académica de relaciones internacionales, María Fernanda López.
Por otro lado, organizaciones sociales han expresado su preocupación por la posible legitimación de regímenes autoritarios a través de esta participación, insistiendo en que la política exterior debe reflejar los principios democráticos que la sociedad chilena ha defendido históricamente.
La participación chilena en la cumbre BRICS no ha alterado significativamente los flujos comerciales inmediatos, pero sí ha marcado un punto de inflexión en la percepción internacional del país. El gobierno ha debido enfrentar un ejercicio delicado de balance entre mantener buenas relaciones con sus socios tradicionales y explorar nuevas alianzas en un mundo multipolar.
Además, la discusión pública ha evidenciado la necesidad de separar las decisiones de Estado de las relaciones personales entre mandatarios, un aprendizaje que se extiende más allá de este episodio.
Finalmente, la experiencia deja en claro que en un escenario global cada vez más fragmentado y complejo, Chile debe definir con mayor claridad sus prioridades estratégicas, comunicarlas con transparencia y construir consensos amplios para evitar que la política exterior se convierta en un terreno de disputas internas que debiliten su posición internacional.
Este episodio invita a reflexionar sobre el delicado equilibrio entre pragmatismo y principios, entre diplomacia estratégica y la influencia de las relaciones personales, en un país que busca consolidar su rol en un mundo en transformación.
2025-10-03
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