
En octubre de 2023, la ofensiva de Hamás contra Israel desencadenó un conflicto que ya supera los 20 meses, dejando una estela de muerte, destrucción y un país dividido. Más de 54.000 palestinos han muerto en Gaza, según el Ministerio de Salud local, mientras que Israel lamenta la pérdida de más de mil civiles y mantiene la presión militar para liberar a los rehenes capturados en los primeros días de la guerra.
En Israel, el apoyo inicial a la campaña militar se ha ido diluyendo. Encuestas recientes del Instituto para la Democracia de Israel (IDI) revelan que una mayoría creciente desea un alto el fuego, motivada principalmente por la preocupación por los 54 rehenes israelíes que aún permanecen cautivos, y no tanto por el sufrimiento en Gaza. La prolongación del conflicto ha generado un desgaste palpable en las fuerzas armadas, con reservistas en su tercera o cuarta rotación, y un aumento en las objeciones éticas y personales para continuar el servicio.
"Hace un año, expresar opiniones contrarias a la guerra era impopular, hoy la gente está cansada, la odia", dice Yitzchak Zitter, soldado de reserva y manifestante pacifista.
Las manifestaciones en Israel son un reflejo vivo del país fracturado. Por un lado, grupos pacifistas como Amit Halevy, nieta de sobrevivientes del Holocausto, enfrentan hostilidad incluso en su propio país por pedir el fin de la violencia y la humanización del sufrimiento en Gaza. Por otro, manifestantes conservadores y nacionalistas defienden la continuación de la guerra hasta la derrota total de Hamás, y algunos incluso plantean la expulsión de los gazatíes de su territorio.
"No podemos terminar la guerra ahora, terminará cuando Hamás esté totalmente derrotado", afirma Yisrael, asistente a una manifestación en Jerusalén.
Esta polarización no solo divide a la sociedad israelí, sino también a sus grupos políticos. El primer ministro Benjamín Netanyahu, con una coalición que incluye a sectores de extrema derecha, sostiene que la presión militar es clave para la liberación de los rehenes y la destrucción de Hamás. Sin embargo, la oposición y parte de la ciudadanía cuestionan la estrategia, temiendo que la prolongación del conflicto solo aumente el sufrimiento y complique el retorno de los cautivos.
Un muro de silencio y negación cubre el sufrimiento de Gaza entre muchos israelíes. Activistas como Alma Beck señalan que el gobierno y los medios han protegido a la población local de las imágenes y relatos de la tragedia palestina, dificultando la empatía y la comprensión.
"Este fue el primer ejemplo de humanización de las víctimas, de darles un rostro y una historia. Y es difícil apartar la mirada", explica Beck.
Dos años después del estallido, el conflicto continúa sin señales claras de solución. El agotamiento físico y moral en Israel contrasta con la devastación en Gaza y la incertidumbre sobre el destino de los rehenes. La guerra ha profundizado las divisiones políticas y sociales, tanto dentro de Israel como en la diáspora judía, donde voces críticas se sienten aisladas o incomprendidas.
La pregunta que permanece es si será posible encontrar un camino hacia la paz que reconozca el sufrimiento de ambos pueblos, o si la espiral de violencia y desconfianza seguirá marcando el destino de la región. En medio de esta tragedia, las voces disonantes y las heridas abiertas convocan a una reflexión profunda sobre los límites del poder, la justicia y la humanidad.