China reduce sus emisiones de carbono: ¿un punto de inflexión o un espejismo temporal?

China, el mayor emisor mundial de dióxido de carbono, ha detenido el crecimiento de sus emisiones, según informes y análisis recientes, un hecho que podría marcar un hito en la lucha global contra el cambio climático. Durante el primer trimestre de 2025, las emisiones chinas disminuyeron un 1,6% respecto al mismo periodo del año anterior, según el Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio (CREA). Este cambio se atribuye principalmente a la masiva expansión de energías renovables, especialmente solar y eólica, que ya generan más del 25% de la electricidad del país.

Sin embargo, el debate está lejos de cerrarse. Lauri Myllyvirta, analista del CREA, señala que China ha frenado drásticamente su crecimiento de emisiones, pero advierte que para cumplir con sus compromisos climáticos debe transformar esta reducción inicial en una caída sostenida. Por otro lado, Li Shuo, del Instituto de Política de la Sociedad Asiática (ASPI), plantea que podría tratarse de un estancamiento en un nivel alto de emisiones, más que un pico definitivo, lo que sería insuficiente para mitigar el cambio climático.

Este enfrentamiento de visiones refleja tensiones profundas: la seguridad energética de China, reforzada por su abundancia en carbón, choca con la necesidad de acelerar la transición hacia fuentes limpias. La guerra en Ucrania y la inestabilidad del mercado petrolero mundial han llevado a China a recurrir temporalmente al carbón para asegurar su suministro energético. Sin embargo, expertos como Christoph Nedopil Wang, del Instituto Griffith Asia, destacan que la apuesta por energías renovables también fortalece la seguridad nacional al reducir la dependencia de importaciones.

En el escenario político interno, el gobierno chino apuesta a que los sectores de baja emisión, como tecnología de la información, biotecnología y vehículos eléctricos, sean los motores del crecimiento económico futuro. Nedopil Wang señala que no es probable que China expanda masivamente industrias tradicionales altamente contaminantes, como la siderurgia. Esta estrategia busca equilibrar desarrollo económico con compromisos climáticos, aunque la presión internacional crece de cara a la cumbre COP30 en noviembre de 2025.

Desde la óptica regional y social, esta evolución genera diversas reacciones. Activistas ambientales y comunidades afectadas por la contaminación celebran la reducción inicial, aunque advierten que el camino hacia una descarbonización real aún es largo y requiere mayor transparencia y compromiso. En contraste, sectores industriales tradicionales y regiones dependientes del carbón enfrentan incertidumbre y resistencia a cambios acelerados.

En conclusión, China ha logrado un freno histórico en el crecimiento de sus emisiones de carbono, un paso crucial para la acción climática global. Sin embargo, la naturaleza de este cambio —si es un pico definitivo o un estancamiento— y su sostenibilidad futura dependen de múltiples factores nacionales e internacionales, incluyendo decisiones políticas, dinámicas geopolíticas y evolución tecnológica.

Este momento es, por tanto, un escenario de tensión y desafío, donde convergen intereses contrapuestos y donde la acción o inacción tendrá consecuencias no solo para China, sino para el planeta entero. La próxima COP30 será una prueba clave para evaluar si este freno inicial se traduce en una verdadera transformación o si, por el contrario, la mayor economía emisora del mundo seguirá atrapada en la trampa del carbono.