
Un juicio que expone la crudeza de la trata de personas en Chile ha llegado a su etapa final en Iquique. Doce integrantes del Tren de Aragua, una organización criminal de origen venezolano, están siendo juzgados por delitos que incluyen tráfico ilícito de migrantes y trata de personas con fines de explotación sexual. Este proceso, que se desarrolla en modalidad telemática por razones de seguridad, ha puesto sobre la mesa testimonios desgarradores y una compleja red de violencia que trasciende fronteras.
"Todas las víctimas son coincidentes en mencionar la violencia experimentada y la falta de humanidad demostrada", afirmó el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) en sus alegatos de clausura. La organización criminal, conocida por su brutalidad, sometió a sus víctimas a torturas físicas y psicológicas, incluyendo intentos de asfixia a bebés para evitar que lloraran durante los cruces fronterizos y abandono de personas heridas, algunas de las cuales fallecieron. Entre las víctimas se cuentan menores de edad que fueron trasladados por al menos cuatro países antes de llegar a Chile.
Los acusados cobraban más de 3.500 dólares por ingresar al país, y una vez en Iquique, las víctimas eran forzadas a pagar "multas" exorbitantes trabajando en la prostitución bajo amenaza y violencia. Cuatro víctimas adultas y una menor de edad fueron llevadas a la ciudad para ser explotadas sexualmente, con una deuda impagable que aumentaba con el tiempo. El INDH denunció que esta forma de trata no es un hecho aislado, sino parte de un patrón sistemático y organizado que busca lucrar con el sufrimiento humano.
Desde el punto de vista del INDH, la exigencia es clara: "La legislación chilena exige una respuesta firme" ante delitos que vulneran derechos fundamentales y que han sido ratificados en tratados internacionales. La petición de presidio perpetuo refleja la gravedad y sistematicidad de los crímenes.
Sin embargo, voces críticas advierten sobre la necesidad de garantizar el debido proceso y evitar que la búsqueda de justicia se transforme en un instrumento de estigmatización hacia comunidades migrantes, muchas veces víctimas de la misma violencia estructural que estas organizaciones criminales explotan.
Este juicio no sólo pone en evidencia la capacidad de las organizaciones criminales trasnacionales para operar en Chile, sino también la fragilidad de los mecanismos de protección para migrantes en situación vulnerable. La violencia extrema y la explotación sexual sistemática son realidades que desafían la respuesta estatal y social.
En definitiva, la demanda de penas ejemplares convive con la necesidad de políticas públicas integrales que aborden las causas profundas de la migración irregular y la trata de personas. La tragedia que sufren las víctimas es la tragedia de un sistema que aún no logra proteger a quienes cruzan fronteras buscando una vida digna.
Este caso es un llamado a la reflexión profunda sobre derechos humanos, justicia y seguridad en un Chile que se enfrenta a desafíos globales con impactos locales dolorosos y complejos.