
En octubre de 1971, Pink Floyd se internó en el silencio pétreo del anfiteatro romano de Pompeya para grabar un concierto sin público, que se convertiría en un documento único y emblemático de la historia del rock. Durante seis días, el grupo británico interpretó piezas como "Echoes", "One of These Days" y "A Saucerful of Secrets" en un escenario vacío, rodeado por las ruinas y el eco de siglos. El filme, dirigido por el francés Adrian Maben, capturó la transición de una banda en plena búsqueda creativa hacia la madurez artística que los llevaría a la consagración con "The Dark Side of the Moon".
Sin embargo, esta historia no se limita a la música o la restauración técnica que hoy permite revivirla en 4K y Dolby Atmos. Es también una saga de tensiones internas, decisiones comerciales y leyendas urbanas que han tejido el mito Pink Floyd alrededor del mundo.
A diferencia de otros filmes de conciertos de la época, donde la euforia del público era protagonista, Pompeya fue un anti-Woodstock: la banda tocaba para el vacío, para los fantasmas de la historia, en un espacio donde el sonido reverberaba con una majestuosidad única. La grabación fue compleja; la electricidad no funcionaba, hubo que improvisar conexiones desde la Pompeya moderna, y solo se pudieron registrar tres canciones en el anfiteatro. El resto se completó en estudios en París y en Abbey Road, donde Maben filmó sesiones de grabación del emblemático "Dark Side of the Moon".
La pieza "Echoes", de 23 minutos, se convirtió en el corazón del filme. Su estructura lenta, atmosférica y cargada de efectos sonoros, reflejaba la ambición sonora y conceptual de la banda. La escena en que Roger Waters golpea el gong mientras sus compañeros crean capas sonoras es una de las imágenes más icónicas del rock progresivo.
Décadas después, en octubre de 2024, Pink Floyd concretó una operación millonaria que refleja la complejidad de su historia: la venta de su catálogo musical grabado, junto con los derechos de nombre e imagen, a Sony Music por aproximadamente 400 millones de dólares. Este acuerdo, largamente postergado por disputas internas, especialmente entre Roger Waters y David Gilmour, marca un hito en la gestión de legados musicales en la industria.
Fuentes como la revista Variety y entrevistas a Gilmour revelan que la venta no solo responde a razones financieras, sino también al deseo de liberarse de las complicaciones administrativas y discusiones que implica mantener el catálogo en manos de la banda. Por otro lado, las controvertidas declaraciones públicas de Waters sobre temas políticos habrían complicado negociaciones previas.
La leyenda Pink Floyd no escapa a la ficción. Durante años se difundió la idea de un concierto en 1971 en el Club Tipic de Formentera, que nunca ocurrió. El periodista Carmelo Convalia, experto en la isla, desmintió esta historia, señalando que aunque la banda visitó la isla, no hubo actuación alguna.
Por otro lado, el bajista chileno Mario Mutis reveló en 2024 que Los Jaivas y Pink Floyd estuvieron a punto de colaborar en un concierto, con la intención de hacerlo en el Valle de la Luna, San Pedro de Atacama. La idea se frustró tras la muerte del tecladista Richard Wright, dejando un encuentro musical inédito que alimenta la imaginación de los fanáticos.
El documental "Pink Floyd at Pompeii – MCMLXXII", restaurado y remezclado por Steven Wilson, ha sido recibido con entusiasmo por una nueva generación, aunque no sin críticas. Algunos consideran que la película no refleja completamente el proceso creativo de la banda, que dependía mucho del estudio y la experimentación prolongada.
Por su parte, la venta del catálogo plantea preguntas sobre el control artístico y económico de las obras maestras del rock. Mientras Gilmour ve en la operación una liberación, Waters mantiene una postura crítica hacia la mercantilización del arte.
Finalmente, estas historias entrelazadas —el documental, la venta, los mitos y las casi colaboraciones— revelan un fenómeno cultural que va más allá de la música. Pink Floyd no solo es un grupo, sino un espejo de tensiones creativas, comerciales y sociales que siguen resonando en el presente.
“Es un lugar mágico... de una manera amigable”, dijo David Gilmour al volver a Pompeya en 2016, evocando el peso histórico y emocional que aún envuelve a la banda y su legado.
Este legado, con sus luces y sombras, invita a reflexionar sobre cómo la música se convierte en historia, mito y patrimonio cultural, y cómo sus protagonistas enfrentan la paradoja de preservar su arte en un mundo que no deja de cambiar.