
En los últimos meses, la escena musical chilena ha sido testigo de un fenómeno que, lejos de ser efímero, ha venido a poner en jaque las certezas sobre qué significa hacer música en Chile. Desde abril de 2025, agrupaciones y solistas como Hordatoj, Delaion, Nunca Hubo Temporal, Puerto Domingo y soffyy han irrumpido con propuestas que combinan géneros, ritmos y estéticas poco convencionales para el público local.
Este movimiento, que algunos ya denominan como una nueva ola sonora, no solo ha generado entusiasmo, sino también tensiones palpables en diversos ámbitos. Por un lado, sectores más tradicionales de la industria y ciertos públicos conservadores cuestionan la autenticidad y profundidad de estas expresiones, acusándolas de ser un producto superficial de la globalización y las modas pasajeras. Por otro, jóvenes y críticos culturales aplauden la valentía y frescura que representan, señalando que estas propuestas abren espacios inéditos para la exploración artística y la representación de identidades múltiples.
“Lo que estamos viendo es un diálogo complejo entre lo local y lo global, donde la música chilena se redefine desde dentro, no solo imitando patrones externos”, explica la musicóloga Valentina Rojas, quien ha seguido de cerca esta evolución. A su juicio, estos artistas no solo aportan innovación sonora, sino que también cuestionan las estructuras de poder dentro de la industria musical nacional.
Desde la perspectiva política, la discusión adquiere matices adicionales. Algunos sectores de izquierda valoran este fenómeno como una expresión legítima de las nuevas generaciones, alineada con discursos de diversidad cultural e inclusión. En cambio, voces más conservadoras advierten sobre la pérdida de las raíces folclóricas y la homogeneización cultural que podría derivar de esta tendencia.
A nivel regional, el impacto es desigual. Mientras Santiago y algunas capitales regionales han acogido con entusiasmo estos nuevos sonidos, zonas más periféricas manifiestan una desconexión o incluso rechazo, evidenciando las brechas culturales y de acceso que persisten en el país.
En el plano social, la recepción también es heterogénea. Jóvenes urbanos encuentran en estas propuestas una plataforma para expresar sus inquietudes y visiones del mundo, mientras que sectores más adultos tienden a privilegiar la música tradicional, lo que genera un choque generacional que va más allá de lo estético.
En definitiva, la irrupción de Hordatoj, Delaion, Nunca Hubo Temporal, Puerto Domingo y soffyy no es un fenómeno aislado ni pasajero, sino un reflejo de cambios profundos en la sociedad chilena contemporánea. El debate que suscitan sobre identidad, autenticidad y pertenencia cultural sigue abierto, invitando a una reflexión más allá del simple consumo musical.
Lo que se puede concluir con certeza es que la música chilena está en un punto de inflexión, donde la tensión entre tradición y vanguardia se convierte en un campo de batalla para definir su futuro. En este escenario, los protagonistas no solo compiten por la atención del público, sino que desafían las narrativas establecidas sobre qué es y debe ser la cultura nacional.