
Doce años después del inicio del pontificado de Jorge Bergoglio, conocido mundialmente como el papa Francisco, América Latina se enfrenta a un balance complejo y contradictorio de su influencia. Desde su elección en marzo de 2013 hasta su fallecimiento en Roma a los 88 años, Francisco fue el primer papa latinoamericano y jesuita, un hecho que generó grandes expectativas en la región.
Su llegada al Vaticano fue recibida con esperanza por una Iglesia que necesitaba renovarse y acercarse a los sectores más vulnerables. Su primer viaje internacional lo llevó a Brasil, donde instó a la Iglesia a salir a las calles, a las villas y favelas, y no convertirse en una ONG. Este llamado a la acción social y política marcó un estilo pastoral que buscaba conectar con la realidad latinoamericana.
Sin embargo, el camino estuvo plagado de desafíos. Por un lado, su encíclica Laudato Si (2015) puso en la agenda global la crisis ambiental, responsabilizando al sistema económico global y a las grandes potencias por la degradación del planeta, un mensaje que resonó especialmente en una región afectada por la explotación de recursos naturales.
Por otro, su mediación en conflictos políticos, como el deshielo entre Cuba y Estados Unidos o las negociaciones de paz en Colombia, le otorgó un rol diplomático relevante, aunque con resultados mixtos. El entonces presidente colombiano Juan Manuel Santos reconoció públicamente su apoyo en el proceso de paz.
No obstante, la región no estuvo exenta de críticas y desencantos. La crisis venezolana expuso las limitaciones de su intervención, con acusaciones de tibieza hacia el régimen de Nicolás Maduro y una condena más firme recién tras las controvertidas elecciones de 2024.
El gran talón de Aquiles fue, sin duda, el escándalo de abusos sexuales y la pérdida sostenida de fieles. En América Latina, el porcentaje de católicos descendió del 80% en 1995 a un 54% en 2024, según Latinobarómetro. El auge de las iglesias evangélicas y el incremento de personas sin religión evidencian un cambio profundo en el mapa religioso.
La gestión de Francisco frente a los abusos fue ambivalente. Si bien endureció penas y permitió juzgar a obispos encubridores, casos como el del obispo Juan Barros en Chile y la disolución del Sodalicio de Vida Cristiana en Perú revelan que las heridas aún están abiertas. El Papa reconoció públicamente errores de juicio, pero los escándalos continuaron afectando la credibilidad de la Iglesia.
En lo doctrinal, Francisco mantuvo posturas tradicionales, especialmente en temas como el aborto y los anticonceptivos, a pesar de los avances legales en varios países de la región. Griselda Mata, de Católicas por el Derecho a Decidir, valora su esfuerzo en justicia social pero reconoce la deuda histórica en derechos sexuales y reproductivos.
Su mensaje de inclusión y respeto a la diversidad sexual, así como sus gestos simbólicos de reparación histórica hacia los pueblos originarios, marcaron un intento de modernización sin romper con la doctrina.
Finalmente, su decisión histórica de trasladar la sede primada en Argentina a Santiago del Estero resalta su interés por conectar con las raíces del catolicismo en Latinoamérica.
En suma, el legado del papa Francisco en la región es una mezcla de esperanza y desencanto, de avances y continuidades, que refleja las tensiones mismas de América Latina: un continente en búsqueda de justicia social y reconocimiento, pero también marcado por profundas divisiones y resistencias.
Este análisis se basa en datos oficiales del Vaticano, encuestas de Latinobarómetro, estudios del Centro Pew Research y reportajes de BBC News Mundo, que ofrecen una visión plural y rigurosa para comprender el impacto duradero del pontificado en la región.
2025-11-08